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La Historia de la Redención
de tremendo terror. Josué circuncidó entonces a toda la gente que
había nacido en el desierto. Después de esta ceremonia celebraron
la Pascua en las llanuras de Jericó. “Y Jehová dijo a Josué: Hoy he
quitado de vosotros el oprobio de Egipto”.
Las naciones paganas habían denigrado a Jehová y a su pue-
blo porque los hebreos no habían poseído la tierra de Canaán que
esperaban ocupar inmediatamente después de salir de Egipto. Sus
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enemigos triunfaron cuando ellos permanecieron peregrinando tanto
tiempo en el desierto, y se envalentonaron y ensoberbecieron de-
lante del Señor al declarar que no era capaz de llevarlos a la tierra
de Canaán. Pero ahora habían cruzado en seco el Jordán, y ya sus
enemigos no podían echarles nada más en cara.
El maná había seguido cayendo hasta ese momento; pero ahora
que los israelitas estaban a punto de poseer Canaán y comer del fruto
de la tierra ya no lo necesitaban más, y dejó de caer.
El capitán de las huestes de Jehová
Cuando Josué se apartó de los ejércitos de Israel para meditar y
pedir a Dios que su presencia lo acompañara de una manera especial,
vio a un hombre de elevada estatura, revestido de atuendos militares,
con una espada desnuda en la mano. Josué no estaba seguro si perte-
necía o no a los ejércitos de Israel, pero tampoco parecía enemigo.
En su celo se aproximó a él y le dijo: “¿Eres de los nuestros, o
de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como príncipe del
ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose
sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su
siervo? Y el príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita
el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué
así lo hizo”.
No era un ángel común. Era el Señor Jesucristo que había condu-
cido a los hebreos por el desierto envuelto en la columna de fuego de
noche y en la columna de nube de día. El lugar era santo por causa
de su presencia; por eso se le ordenó a Josué que se descalzara.
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Entonces el Señor instruyó a Josué en cuanto a lo que debía
hacer para tomar Jericó. Todos los hombres de guerra recibieron la
orden de rodear la ciudad una vez por día durante seis días, y cuando
llegara el séptimo debían rodearla siete veces.