Página 174 - La Historia de la Redenci

Basic HTML Version

170
La Historia de la Redención
Dios oraba con agonía. Grandes gotas de sangre se agolpaban sobre
su rostro y caían en tierra. Los ángeles se reunían en ese lugar,
testigos de la escena, pero sólo a uno se comisionó para que fuera
y fortaleciera al Hijo de Dios en su angustia. No había gozo en el
cielo. Los ángeles depusieron sus coronas y dejaron sus arpas, y
contemplaron con profundo interés y en silencio a Jesús. Querían
rodear al Hijo de Dios, pero el comandante de los ángeles no lo
[218]
permitió, para que al contemplar la traición de que sería objeto
Cristo no se decidieran a librarlo; porque el plan había sido trazado,
y se tenía que cumplir.
Después de orar Jesús se acercó a sus discípulos, pero éstos
estaban durmiendo. En esa hora tremenda no gozaba de la simpatía
ni de las oraciones ni siquiera de sus discípulos. Pedro, tan celoso
poco tiempo antes, dormía profundamente. Jesús le recordó sus
declaraciones terminantes y le dijo: “¿Así que no habéis podido
velar conmigo una hora?”
Mateo 26:40
. Tres veces el Hijo de Dios
oró con agonía.
Judas traiciona a Jesús
Entonces apareció Judas con su grupo de hombres armados. Se
acercó como de costumbre al Maestro para saludarlo. El grupo rodeó
a Jesús; pero entonces él manifestó su poder divino cuando dijo: “¿A
quién buscáis?” “Yo soy”. Cayeron de espaldas en el suelo. Jesús
formuló la pregunta para que pudieran ser testigos de su poder y
tuvieran evidencia de que podría librarse de sus manos si lo quería.
Los discípulos comenzaron a albergar esperanzas cuando vieron
que esa multitud armada de palos y espadas caía en tierra tan rápida-
mente. Cuando se levantaron y rodearon de nuevo al Hijo de Dios,
Pedro desenvainó su espada e hirió a un siervo del sumo sacerdote y
le cortó una oreja. Jesús le ordenó que envainara su espada dicién-
dole: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él
no me daría más de doce legiones de ángeles?”
Mateo 26:53
. Vi que
cuando pronunció estas palabras el rostro de los ángeles se animó
de esperanza. Querían, en ese momento y allí mismo, rodear a su
[219]
Comandante y dispersar a la airada multitud. Pero nuevamente el pe-
sar se apoderó de ellos cuando Jesús añadió: “¿Pero cómo entonces
se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?”