Página 186 - La Historia de la Redenci

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La Historia de la Redención
de cada descendiente de Adán de todas las épocas oprimía su co-
razón; y la ira de Dios y la terrible manifestación de su disgusto
frente a la iniquidad llenaron de consternación el alma de su Hijo.
El apartamiento del rostro divino de junto al Salvador en esa hora de
suprema angustia atravesó su corazón con un pesar que jamás podrá
comprender plenamente el hombre. Cada espasmo soportado por el
Hijo de Dios en la cruz, las gotas de sangre que fluyeron de su frente,
sus manos y sus pies, las convulsiones de agonía que sacudieron su
cuerpo y la ineludible angustia que llenó su alma cuando su Padre
ocultó su rostro de él, hablan al hombre diciéndole: “Por amor a ti
el Hijo de Dios consintió en permitir que estos terribles crímenes
fueran depositados sobre él; por ti saqueó los dominios de la muerte
y abrió las puertas del Paraíso y la vida inmortal”. El que calmó
las airadas olas por medio de su palabra y caminó por las ondas
coronadas de espuma, que hizo temblar a los demonios y logró que
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huyera la enfermedad al toque de su mano, el que resucitó muertos
y abrió los ojos de los ciegos, se ofreció en la cruz como el único
sacrificio en lugar del hombre. El, el portador del pecado, soportó
el castigo legal que merecía la iniquidad, y se hizo pecado por el
hombre.
Satanás hirió el corazón de Jesús con sus fieras tentaciones. El
pecado, tan aborrecible a su vista, se acumuló sobre él hasta que
gimió bajo su peso. No es maravilla que su humanidad temblara
en esa hora terrible. Los ángeles fueron testigos asombrados de la
desesperada agonía del Hijo de Dios, mucho mayor que su dolor
físico que casi no sentía. Las huestes celestiales se cubrieron el
rostro para no ver algo tan terrible.
La naturaleza inanimada manifestó simpatía hacia su agonizante
e insultado Autor. El sol no quiso contemplar la terrible escena.
La plenitud de sus rayos resplandecientes estaba iluminando la
tierra a mediodía, cuando de repente pareció desaparecer. Espesas
tinieblas, como si fueran un sudario, rodearon la cruz y toda la
zona circundante. Las tinieblas duraron tres horas completas. A
la hora nona la terrible oscuridad desapareció para la gente, pero
siguió envolviendo al Salvador como si fuera un manto. Los furiosos
relámpagos parecían dirigidos contra él mientras yacía colgado de la
cruz. Entonces “Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama