Página 185 - La Historia de la Redenci

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La crucifixión de Cristo
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temblar más por causa de su influencia. Los indiferentes soldados
que extendieron el cuerpo de Jesús en la cruz se repartieron sus ropas
y contendieron por una prenda tejida pero sin costura. Finalmente
decidieron el asunto echando suertes. La pluma movida por la inspi-
ración describió con exactitud esta escena cientos de años antes que
ocurriera: “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla
de malignos; horadaron mis manos y mis pies... repartieron entre sí
mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”.
Salmos 22:16, 18
.
Una lección de amor filial
Los ojos de Jesús se pasearon sobre la multitud que se había
reunido para contemplar su muerte, y vio a los pies de la cruz a Juan
que sostenía a María, su madre. Ella había regresado al lugar donde
se desarrollaba esa terrible escena, pues era incapaz de permanecer
por más tiempo alejada de su Hijo. La última lección que el Señor
dio se refirió al amor filial. Contempló el rostro dolorido de su madre
y en seguida miró a Juan; y dijo, dirigiéndose a ella: “Mujer, he ahí
tu hijo” y a continuación dijo al discípulo: “He ahí tu madre”.
Juan
19:26, 27
. Juan comprendió perfectamente las palabras de Jesús, y
el sagrado cometido que se le había confiado. Inmediatamente alejó
a la madre de Cristo de la terrible escena del Calvario. Desde ese
momento la cuidó como si fuera un hijo solícito, y la llevó a su propia
casa. El perfecto ejemplo de amor filial dado por Cristo resplandece
sin haber perdido su fulgor en medio de las penumbras del pasado.
Mientras soportaba aguda tortura, no se olvidó de su madre, e hizo
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todas las provisiones necesarias para asegurar su futuro.
La misión de la vida terrenal de Cristo estaba casi terminada. Te-
nía la lengua seca y exclamó: “Sed tengo”. Empaparon una esponja
con vinagre y hiel, y se la ofrecieron para que bebiera; cuando la
probó, la rechazó. Y entonces el Señor de la vida y la gloria comenzó
a agonizar como rescate por la especie humana. El sentimiento de
pecado, que acarreó la ira del Padre sobre el sustituto del hombre,
contribuyó a que la copa que bebía fuera tan amarga, y quebrantó el
corazón del Hijo de Dios.
En su condición de sustituto y seguridad del hombre, la iniquidad
de éste fue depositada sobre Cristo; se lo contó entre los transgreso-
res para que pudiera redimirlos de la maldición de la ley. La culpa