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La Historia de la Redención
Los siete elegidos fueron solemnemente separados para el cum-
plimiento de sus deberes mediante la oración y la imposición de
manos. Los que fueron así ordenados no quedaron excluidos por ello
de la enseñanza de la fe. Por el contrario, se nos dice que “Esteban,
lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre
el pueblo”. Estaban plenamente capacitados para dar instrucción
con respecto a la verdad. Eran también hombres de juicio sereno
y discreción, bien calculados para tratar casos difíciles de pruebas,
murmuraciones o celos.
La elección de estos hombres para que trataran los asuntos de
la iglesia, de manera que los apóstoles quedaran libres para llevar a
cabo su tarea especial de enseñar la verdad, recibió en gran medida
la bendición de Dios. La iglesia progresó en cantidad y fortaleza.
“Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se
multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los
sacerdotes obedecían a la fe”.
Es necesario que el mismo orden y sistema se mantengan en la
iglesia ahora como en los días de los apóstoles. La prosperidad de la
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causa depende en gran medida de que sus diversos departamentos
estén a cargo de hombres hábiles bien capacitados para ocupar
sus puestos. Los elegidos de Dios para ser dirigentes en su causa,
para supervigilar los intereses espirituales de la iglesia, debieran ser
aliviados, tanto como resulte posible, de los cuidados y perplejidades
de naturaleza temporal. Los llamados por Dios para ministrar en
palabra y doctrina debieran disponer de tiempo para la meditación,
la oración y el estudio de las Escrituras. Su fino discernimiento
espiritual se embota cuando se explayan en los detalles menores
de los negocios y tienen que ver con los diversos temperamentos
de los que participan en las actividades de la iglesia. Es adecuado
que todos los asuntos de naturaleza temporal sean sometidos a la
consideración de los administradores correspondientes para que les
den el curso conveniente. Pero si son tan difíciles que su sabiduría
no alcanza para resolverlos, debieran ser sometidos al consejo de los
que tienen la misión de sobrevigilar la obra de la iglesia entera.
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