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La Historia de la Redención
incluido Satanás, le rindiera una obediencia absoluta e incuestiona-
ble; pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía ocupar
un lugar en el cielo. Entonces el enemigo señaló con regocijo a sus
simpatizantes, que eran cerca de la mitad de los ángeles, y exclamó:
“¡Ellos están conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás semejante
vacío en el cielo?” Declaró entonces que estaba preparado para hacer
frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la
fuerza de su poder, fuerza contra fuerza.
Los ángeles buenos lloraron al escuchar las palabras de Satanás
y sus alborozadas jactancias. Dios afirmó que los rebeldes no podían
permanecer más tiempo en el cielo. Ocupaban esa posición elevada
y feliz con la condición de obedecer la ley que Dios había dado para
gobernar a los seres de inteligencia superior. Pero no se había hecho
ninguna provisión para salvar a los que se atrevieran a transgredirla.
Satanás se envalentonó en su rebelión y expresó su desprecio por
la ley del Creador. No la podía soportar. Afirmó que los ángeles
no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia
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voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una
restricción de su libertad; y que su abolición era uno de los grandes
objetivos de su subversión. La condición de los ángeles, según él,
debía mejorar. Pero Dios, que había promulgado las leyes y las había
hecho iguales a sí mismo, no pensaba así. La felicidad de la hueste
angélica dependía de su perfecta obediencia a la ley. Cada cual tenía
una tarea especial que cumplir, y hasta el momento cuando Satanás
se rebeló, había existido perfecto orden y armonía en las alturas.
Entonces hubo guerra en el cielo. El Hijo de Dios, el Príncipe
celestial y sus ángeles leales entraron en conflicto con el archirre-
belde y los que se le unieron. El Hijo de Dios y los ángeles fieles
prevalecieron, y Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cie-
lo. Toda la hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia. Ni
un vestigio de rebeldía quedó en el cielo. Todo volvió a ser pacífico
y armonioso como antes. Los ángeles lamentaron la suerte de los
que habían sido sus compañeros de felicidad y bienaventuranza. El
cielo sintió su pérdida.
El Padre consultó con el Hijo con respecto a la ejecución inme-
diata de su propósito de crear al hombre para que habitara la tierra.
Lo sometería a prueba para verificar su lealtad antes que se lo pudie-
ra considerar eternamente fuera de peligro. Si soportaba la prueba a