Página 221 - La Historia de la Redenci

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La conversión de Saulo
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sador en medio de un desolador desierto. Mientras Saulo con sus
compañeros contemplaban todo llenos de admiración, de repente
una luz más brillante que la del sol resplandeció en torno de ellos “y
cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué
me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús,
a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón”.
La visión de Cristo
Todo quedó transformado en una tremenda confusión. Los com-
pañeros de Saulo estaban presas del terror y casi enceguecidos por
la intensidad de la luz. Oyeron la voz pero no vieron a nadie y lo
que siguió les resultó ininteligible y misterioso. Pero Saulo, que
yacía postrado en tierra, entendió las palabras pronunciadas y vio
claramente delante de él al Hijo de Dios. Una mirada a ese glorio-
so ser bastó para imprimir su imagen para siempre en el alma del
conmovido judío. Las palabras penetraron con fuerza arrolladora
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hasta su corazón. Un torrente de luz llenó las oscuras cámaras de
su mente, revelándole su ignorancia y su error. Vio que mientras se
imaginaba que era muy celoso en su servicio a Dios al perseguir a
los seguidores de Cristo, en realidad había estado haciendo la obra
de Satanás.
Vio su insensatez al depositar su fe en las seguridades dadas por
los sacerdotes y gobernantes, cuyos cargos sagrados habían ejercido
una gran influencia sobre su mente, y lo habían inducido a creer que
la historia de la resurrección era un invento artero de los discípulos
de Jesús. Ahora que Cristo se había manifestado a Saulo, el sermón
de Esteban surgió con fuerza en su mente. Esas palabras que los
sacerdotes habían calificado de blasfemia, ahora le parecieron la
pura verdad. En ese momento, cuando se produjo esa maravillosa
iluminación, su mente trabajó con notable rapidez. Al recapitular
la historia profética vio que el rechazamiento de Jesús por parte de
los judíos, su crucifixión, su resurrección y su ascensión, habían
sido predichas por los profetas y constituían pruebas de que era el
prometido Mesías. Recordó las palabras de Esteban: “Veo los cielos
abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (
Hechos
7:56
), y se dio cuenta de que ese santo, en el momento de morir,
había contemplado el reino de gloria.