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La Historia de la Redención
¡Qué revelación era todo esto para el perseguidor de los creyen-
tes! Una luz nítida y terrible había irrumpido en su alma. Cristo se
le reveló como Aquel que había venido a la tierra para cumplir su
misión, había sido rechazado, maltratado, condenado y crucificado
por aquellos a quienes vino a salvar, y habiendo resucitado de entre
los muertos había ascendido a los cielos. En ese terrible momento
recordó que Esteban, el santo, había sido sacrificado con su consen-
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timiento, y que por su intermedio muchos santos meritorios habían
encontrado la muerte y habían sido objeto de cruel persecución.
“El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo
haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te
dirá lo que debes hacer”. En la mente de Saulo no había ahora la
menor duda de que Quien le había hablado era el verdadero Jesús de
Nazaret, y que ciertamente era el tan esperado Mesías, la consolación
y el Redentor de Israel.
Cuando se disipó la resplandeciente gloria, y Saulo se levantó,
se encontró totalmente privado de la vista. La brillantez de la gloria
de Cristo había sido demasiado intensa para sus ojos mortales, y
cuando desapareció, las tinieblas de la noche tomaron posesión de
ellos. Creyó que esta ceguera era el castigo de Dios por su cruel
persecución de los seguidores de Jesús. Avanzó a tientas en me-
dio de una terrible oscuridad, y sus compañeros, atemorizados y
asombrados, lo condujeron de la mano hasta Damasco.
En contacto con la iglesia
La respuesta a la pregunta de Saulo fue: “Levántate y entra en la
ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Jesús puso en contacto con
su iglesia al perplejo judío, para que recibiera información acerca de
su deber. Cristo llevó a cabo la obra de la revelación y la convicción;
y ahora el penitente estaba en condiciones de aprender de aquellos
a quienes Dios había ordenado que enseñaran su verdad. De ese
modo Jesús sancionó la autoridad de su iglesia organizada, y puso
a Saulo en contacto con sus representantes en la tierra. La luz de
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la iluminación celestial privó de vista a Saulo, pero Jesús, el gran
Sanador, no se la restauró inmediatamente. Todas las bendiciones
proceden de Cristo, pero él ha establecido ahora una iglesia que es su
representante en la tierra, y a ella le corresponde la obra de conducir