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La Historia de la Redención
de dedicarse a los negocios de su Maestro. Pronto la voz que había
disputado tan vigorosamente con Esteban se escuchó en la misma
sinagoga mientras proclamaba osadamente que Jesús era el Hijo de
Dios, abogando de ese modo por la misma causa que Esteban había
muerto por vindicar. Relató su propia maravillosa experiencia, y
con el corazón lleno de ansiedad por sus hermanos y ex asociados,
presentó las evidencias de las profecías, tal como lo había hecho
Esteban, de que Jesús, el que había sido crucificado, era el Hijo de
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Dios.
Pero Pablo no había entendido bien el espíritu que animaba a
sus hermanos judíos. La misma furia que se desató sobre Esteban
se manifestó hacia él también. Vio que tenía que separarse de sus
hermanos, y el pesar inundó su corazón. Habría dado con gusto la
vida si por ese medio le hubiera sido posible traerlos al conocimiento
de la verdad. Los judíos comenzaron a trazar planes para asesinarlo,
y los discípulos lo instaron a salir de Jerusalén; pero él se demoró
porque no quería irse, y estaba ansioso por trabajar un poco más en
favor de sus hermanos judíos. Había tomado una parte tan activa
en el martirio de Esteban que sentía el profundo anhelo de borrar
esa mancha mediante su valiente defensa de la verdad que le había
costado la vida al diácono. Le parecía cobardía huir de Jerusalén.
La huida de Jerusalén
Mientras Pablo, desafiando todas las consecuencias de tal acto,
se hallaba orando fervorosamente a Dios en el templo, se le apareció
el Salvador en visión para decirle: “Date prisa, y sal prontamente
de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí”. Aún
entonces vaciló Pablo pues no quería dejar Jerusalén sin convencer
a los obstinados judíos de la verdad de su fe; creía que aunque sacri-
ficara su vida por causa de la verdad, ni siquiera eso podía cancelar
la terrible cuenta que había abierto contra sí mismo por la muerte
de Esteban. Respondió: “Señor, ellos saben que yo encarcelaba y
azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se
derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba
presente, y consentí en su muerte, y guardaba las ropas de los que
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le mataban”. Pero la respuesta que recibió fue más definida que la
declaración anterior: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles”.