Página 263 - La Historia de la Redenci

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La gran apostasía
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La iglesia, entonces, se encontró en un terrible peligro. Las prisio-
nes, la tortura, el fuego y la espada eran bendiciones en comparación
de esto. Algunos cristianos se mantuvieron firmes y declararon que
no podían transigir. Otros razonaron que si cedían o modificaban
algunas de las características de su fe, y se unían con los que ha-
bían aceptado parcialmente el cristianismo, por ese medio se podría
lograr su plena conversión. Fue un período de profunda angustia
para los fieles seguidores de Cristo. Bajo el manto de un pretendido
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cristianismo Satanás mismo se estaba insinuando en la iglesia para
corromper su fe y apartar las mentes de la palabra de verdad.
Por fin la mayor parte de los cristianos rebajaron sus normas, y
se estableció una unión entre el cristianismo y el paganismo. Aunque
los adoradores de ídolos profesaron estar convertidos y unidos con
la iglesia, seguían aferrados a su idolatría; sólo mudaron el objeto
de su adoración a imágenes de Jesús e incluso de María y los santos.
La inmunda levadura de la idolatría, introducida de este modo en la
iglesia, continuó su obra funesta. Doctrinas sin fundamento, ritos
supersticiosos y ceremonias idolátricas se incorporaron a su fe y su
culto. A medida que los seguidores de Cristo se unían con los idóla-
tras, la religión cristiana se corrompió y la iglesia perdió su pureza y
su poder. Hubo algunos, sin embargo, que no fueron desviados por
esos engaños. Conservaron su fidelidad al Autor de la verdad y sólo
adoraban a Dios.
Siempre ha habido dos clases entre los que profesan ser seguido-
res de Cristo. Mientras una clase estudia la vida del Salvador y trata
fervorosamente de corregir sus defectos y conformarse al Modelo,
otra descarta las verdades claras y prácticas que exponen sus errores.
Aún en su mejor condición la iglesia no ha estado plenamente for-
mada por los leales, puros y sinceros. Nuestro Salvador enseñó que
los que se entregan voluntariamente al pecado no deben ser recibidos
en la iglesia; no obstante, él relacionó consigo mismo a hombres
de carácter defectuoso y les concedió los mismos beneficios de sus
enseñanzas y su ejemplo, para que tuvieran la oportunidad de ver
sus errores y corregirlos.
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Pero no hay comunión entre el Príncipe de la luz y el príncipe
de las tinieblas, y no la puede haber entre sus seguidores. Cuando
los cristianos consintieron en unirse con los paganos semiconverti-
dos, se introdujeron en una senda que los apartaría más y más de la