Página 281 - La Historia de la Redenci

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Lutero y la gran reforma
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ñas, los castillos de los nobles, las universidades y los palacios de
los reyes; y hombres nobles surgieron por todas partes para apoyar
sus esfuerzos.
En una invitación al emperador y a la nobleza de Alemania en
favor de la Reforma del cristianismo, Lutero escribió lo siguiente con
respecto al papa: “Es horrible contemplar al hombre que pretende
ser vicario de Cristo, mientras ostenta una magnificencia que ningún
emperador puede igualar. ¿Es esto ser semejante al pobre Jesús o
al humilde Pedro? ¡Es, nos dicen, el Señor del mundo! Pero Cristo,
de quien se vanagloria de ser vicario, dijo: ‘Mi reino no es de este
mundo’. ¿Pueden los dominios de un vicario superar a los de su
superior?”
Escribió lo que sigue acerca de las universidades: “Temo muchí-
simo que las universidades lleguen a ser la gran puerta del infierno,
a menos que trabajen con diligencia para explicar las Sagradas Es-
crituras, y las graben en el corazón de la juventud. No aconsejo a
nadie que envíe a sus hijos donde las Escrituras no reinen suprema-
mente. Toda institución en la cual los hombres no estén ocupados
incesantemente por la Palabra de Dios, se corromperá”.
Este llamamiento circuló rápidamente por toda Alemania, y ejer-
ció una poderosa influencia sobre la gente. Toda la nación se levantó
para unirse bajo el estandarte de la Reforma. Los opositores de Lu-
tero, que ardían con el deseo de vengarse, instaron al papa para que
tomara medidas decisivas contra él. Se decretó que sus doctrinas
fueran condenadas inmediatamente. Se le dieron sesenta días al re-
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formador y a sus adherentes, después de los cuales, si no abjuraban,
serían excomulgados.
Cuando la bula papal llegó a manos de Lutero, éste dijo: “La
desprecio y ataco como impía y falsa... Es
Cristo
mismo quien
aparece condenado allí... Me alegro de tener que soportar todos
estos males por la mejor de las causas. Ya siento más libertad en mi
corazón; porque por fin me doy cuenta de que el papa es el anticristo,
y de que su trono es el de Satanás mismo”.
Pero las palabras del pontífice de Roma todavía tenían poder. La
prisión, la tortura y la espada eran armas poderosas para imponer
sumisión. Todo parecía indicar que la obra del reformador estaba por
terminar. Los débiles y supersticiosos temblaron ante el decreto del
papa; y aunque había simpatía general por Lutero, muchos creyeron