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La Historia de la Redención
Lutero entonces se dedicó de lleno a su obra como campeón de
la verdad. Su voz, en fervorosa y solemne advertencia, se escuchó
desde el púlpito. Presentó delante de la gente el carácter ofensivo del
pecado y enseñó que es imposible para el hombre por sus propias
obras disminuir su culpa o evitar el castigo. Sólo el arrepentimiento
ante Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia del
Señor no puede ser comprada; es un don gratuito. Aconsejó a la
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gente a que no comprara indulgencias, sino que mirara con fe al
Redentor crucificado. Se refirió a su propia dolorosa experiencia al
tratar vanamente de obtener la salvación por medio de humillaciones
y penitencias, y aseguró a sus oyentes que al apartar la vista de sí
mismos y al creer en Cristo encontrarían paz y alegría.
Las enseñanzas de Lutero atrajeron la atención de la gente que
pensaba en toda Alemania. De sus sermones y escritos surgían
rayos de luz que despertaban e iluminaban a miles de personas. Una
fe viviente ocupó el lugar del muerto formalismo en el que había
yacido por tanto tiempo la iglesia. La gente cada día perdía confianza
en las supersticiones del catolicismo. Las barreras del prejuicio se
comenzaron a quebrantar. La Palabra de Dios, por medio de la cual
probaba Lutero toda doctrina y toda pretensión, era como una espada
de dos filos que penetraba hasta el corazón de los hombres. Por todas
partes surgía el deseo de progresar espiritualmente. Por todas partes
había un hambre y una sed de justicia que no se había visto por
siglos. Los ojos de los seres humanos, que por tanto tiempo habían
sido dirigidos a los ritos y a los mediadores humanos, se volvieron
entonces arrepentidos y con fe a Cristo, y a Cristo crucificado.
Los escritos y las doctrinas del reformador se diseminaron por
todas las naciones de la cristiandad. Su obra se extendió por Suiza
y Holanda. Copias de sus escritos llegaron a Francia y España. En
Inglaterra se recibieron sus enseñanzas como la Palabra de vida. La
verdad también se extendió a Bélgica e Italia. Miles despertaron de
su sopor mortal para participar de la alegría y la esperanza de una
vida de fe.
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Lutero se separa de Roma
Roma decidió destruir a Lutero, pero Dios era su defensor. Sus
doctrinas se escuchaban en todas partes: en los conventos, las caba-