Página 279 - La Historia de la Redenci

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Lutero y la gran reforma
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Comenzó a dar conferencias acerca de la Biblia; y el libro de los
Salmos, los evangelios y las epístolas se abrieron a la comprensión
de multitudes de gozosos oyentes. Era poderoso en las Escrituras
y la gracia de Dios descansaba sobre él. Su elocuencia cautivaba
a sus oyentes, la claridad y el poder con que presentaba la verdad
convencían sus entendimientos, y su profundo fervor tocaba sus
corazones.
El guía de la reforma
Como resultado de la Providencia de Dios, decidió visitar Roma.
El papa había prometido una indulgencia a todos los que ascendieran
de rodillas lo que se conocía con el nombre de la escalera de Pilato.
Lutero se encontraba cierto día llevando a cabo ese acto, cuando
repentinamente una voz semejante a un trueno pareció decirle: “¡El
justo por la fe vivirá!” Se puso de pie avergonzado y horrorizado,
y huyó del escenario de su insensatez. Ese texto jamás perdió el
poder que ejerció sobre su alma. De allí en adelante comprendió con
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mayor claridad que nunca el error de confiar en obras humanas para
obtener la salvación, y la necesidad de ejercer fe constante en los
méritos de Cristo. Sus ojos se abrieron para no cerrarse nunca más a
los errores del papado. Cuando apartó su rostro de Roma también
separó su corazón, y desde ese momento la separación se hizo cada
vez más grande, hasta que cortó toda relación con la Iglesia Católica.
Al regresar de Roma, Lutero recibió por parte de la universidad
de Wittenberg el título de doctor en teología. Entonces se sintió en
entera libertad para dedicarse como nunca antes a las Escrituras que
tanto amaba. Había formulado solemnemente el voto de estudiar con
cuidado la Palabra de Dios y de predicarla con fidelidad todos los
días de su vida, y no los dichos y las doctrinas de los papas. Ya no
era más meramente un monje o profesor, sino el heraldo autorizado
de la Biblia. Había sido llamado para pastorear y alimentar la grey
de Dios, que se hallaba hambrienta y sedienta de la verdad. Declaró
con firmeza que los cristianos no deben recibir otra doctrina fuera
de la que se basa en la autoridad de las Sagradas Escrituras. Esas
palabras sacudieron los mismos fundamentos de la supremacía papal.
Contenían los principios vitales de la Reforma.