Página 349 - La Historia de la Redenci

Basic HTML Version

La coronación de Cristo
345
desarrolladas por su influencia y ejemplo, dieron como fruto una
cantidad de crímenes que hicieron estremecer al mundo.
Había sacerdotes y prelados, que pretendieron ser embajadores
de Cristo, y que emplearon la tortura, la mazmorra y la hoguera para
dominar la conciencia del pueblo de Dios. Estaban los orgullosos
pontífices que se exaltaron por sobre Dios y pretendieron cambiar la
ley del Altísimo. Esos pretendidos padres de la iglesia tenían una
cuenta que dar ante Dios de la cual de buena gana habrían querido
librarse. Demasiado tarde se dieron cuenta que el Omnisapiente es
celoso de su ley, y que de ninguna manera justificará al culpable.
Entonces entendieron que para Cristo los intereses de su pueblo
sufriente son suyos; y experimentaron la fuerza de sus palabras: “En
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí
lo hicisteis”.
Mateo 25:40
.
Ante el tribunal
Todo el mundo impío compareció ante el tribunal de Dios, acu-
sado de alta traición contra el gobierno del Cielo. No tenían quien
defendiera su causa; estaban sin excusa; y la sentencia de muerte
eterna se pronunció contra ellos.
Entonces fue evidente para todos que la paga del pecado no es
noble independencia y vida eterna, sino esclavitud, ruina y muerte.
Los impíos vieron lo que perdieron por causa de su vida rebelde.
Despreciaron el más excelente y eterno peso de gloria cuando éste
[446]
les fue ofrecido; pero cuán deseable les parecía entonces. “Todo esto
-clamaba el alma perdida—habría sido mío, pero decidí poner lejos
de mí todas estas cosas. ¡Oh, qué extraña infatuación! He entregado
la paz, la felicidad y el amor a cambio de la miseria, la infamia y
la desesperación”. Todos se dieron cuenta de que su exclusión del
cielo era justa. Mediante sus vidas manifestaron que no querían que
Jesús reinara sobre ellos.
Como en trance, los impíos fueron testigos de la coronación del
Hijo de Dios. Vieron en sus manos las tablas de la ley divina, los
estatutos que despreciaron y transgredieron. Fueron testigos de las
explosiones de admiración, éxtasis y adoración de los salvados, y
cuando la onda melodiosa se propagó hasta la multitud que estaba
fuera de la ciudad, todos exclamaron a una voz: “Grandes y maravi-