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La Historia de la Redención
horrenda y misteriosa agonía del Getsemaní, bajo el peso aplastante
de los pecados de todo el mundo; su traición a manos de la turba
asesina; los temibles acontecimientos de aquella noche de horror: el
pacífico Prisionero, abandonado hasta por sus más amados discípu-
los, arrastrado violentamente por las calles de Jerusalén; el Hijo de
Dios presentado con voces de júbilo ante Anás, llevado al palacio del
sumo sacerdote, ante el tribunal de Pilato, frente al cobarde y cruel
Herodes, escarnecido, insultado, torturado y condenado a muerte
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-todo eso apareció con nitidez.
Y entonces, delante de la agitada multitud aparecieron las esce-
nas finales: la paciente Víctima que recorre el camino del Calvario;
el Príncipe del cielo colgado de la cruz; los altivos sacerdotes y la
plebe bullanguera que se burla de su agonía mortal; las tinieblas
sobrenaturales; la tierra que tiembla, las rocas que se parten, las
tumbas abiertas que señalan el momento cuando el Redentor del
mundo entregó su vida.
El terrible espectáculo apareció exactamente como fue. Satanás,
sus ángeles y sus súbditos no pudieron apartarse de la descripción de
su propia obra. Cada actor recordó la parte que desempeñó. Herodes,
que mató a los niños inocentes de Belén para destruir al Rey de Israel;
la vil Herodías, sobre cuya alma culpable reposa la sangre de Juan
el Bautista; el débil Pilato, siervo de las circunstancias; los soldados
burlones; los sacerdotes y gobernantes y la multitud furiosa que
clamaba: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”
Todos consideraron la enormidad de su crimen. En vano trataron
de ocultarse de la divina majestad de su rostro, más resplandeciente
que el sol, mientras los redimidos depositaban sus coronas a los pies
del Salvador exclamando: “¡El murió por mí!”
Entre la multitud de rescatados se encontraban los apóstoles de
Cristo, el heroico Pablo, el ardoroso Pedro, el amado y amante Juan
y sus fieles hermanos, y con ellos el vasto ejército de los mártires;
mientras fuera de los muros, con todo lo que es vil y abominable,
estaban los que los persiguieron, encarcelaron y dieron muerte. Allí
estaba Nerón, ese monstruo de crueldad y vicio, considerando la
alegría y la exaltación de los que torturó, y en cuyas terribles aflic-
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cionó encontró deleite satánico. Su madre también estaba allí para
verificar el resultado de su propia obra; para ver cómo los malos
rasgos de carácter transmitidos a su hijo, las pasiones alentadas y