Página 52 - La Historia de la Redenci

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La Historia de la Redención
tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la
tierra”. La maldición sobre la tierra fue al principio muy leve; pero
entonces [después de la muerte de Abel] recayó sobre ella una doble
maldición.
Caín y Abel representan dos clases de personas: los justos y los
impíos, los creyentes y los incrédulos, que debían existir desde la
caída del hombre hasta la segunda venida de Cristo. Caín, que mató
a su hermano Abel, representa a los impíos que tendrían envidia de
los justos y los odiarían porque serían mejores que ellos. Sentirían
celos de los justos y los perseguirían y matarían porque sus buenas
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obras condenarían su conducta pecaminosa.
La vida de Adán fue una vida de tristeza, humildad y continuo
arrepentimiento. Al enseñar a sus hijos y a sus nietos a temer a Jeho-
vá, con frecuencia se le reprochó amargamente su pecado, que había
causado tanta miseria a su posteridad. Cuando salió del hermoso
Edén, el pensamiento de que debía morir lo sacudió de horror. La
muerte le pareció una terrible calamidad. Por primera vez se puso en
contacto con la tremenda realidad de la muerte en la familia humana
cuando su propio hijo Caín asesinó a su hermano Abel. Lleno de
amargo remordimiento por causa de su propia transgresión, privado
de su hijo Abel, con plena conciencia de que Caín era asesino, y
reconociendo la maldición que Dios había pronunciado sobre él,
el corazón de Adán se quebrantó de dolor. Con mucha amargura
se reprochó su primer gran pecado. Suplicó el perdón de Dios por
medio del Sacrificio prometido. Sentía profundamente la ira de Dios
por el crimen perpetrado en el paraíso. Fue testigo de la corrupción
general que finalmente obligó a Dios a destruir a los habitantes de
la tierra por medio de un diluvio. La sentencia de muerte que había
pronunciado sobre él su Hacedor, que al principio le había parecido
terrible, después de haber vivido algunos siglos le pareció justa y
misericordiosa de parte de Dios, pues ponía fin a una vida miserable.
Cuando Adán vio las primeras señales de decadencia en la na-
turaleza, cuando cayeron las hojas y se marchitaron las flores, se
lamentó mucho más de lo que los hombres en la actualidad se lamen-
tan por causa de sus muertos. Las flores marchitas no eran la mayor
causa de su pena, por ser más tiernas y delicadas, sino los altos,
nobles y robustos árboles que perdían sus hojas y se deterioraban;
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eran para él un preanuncio de la destrucción general de la hermosa