Página 51 - La Historia de la Redenci

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Caín y Abel y sus ofrendas
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manifestación alguna de que la suya hubiera sido aceptada. Se airó
con el Señor y con su hermano. Dios estuvo dispuesto a enviar a un
ángel para que conversara con él.
Este le preguntó por qué estaba enojado, y le informó que si
obraba bien y seguía las indicaciones que Dios le había dado, el
Señor lo aceptaría y apreciaría su ofrenda. Pero que si no se sometía
humildemente a los planes de Dios, y no creía ni le obedecía, ésta no
podría ser aceptada. El ángel dijo a Caín que no había injusticia de
parte de Dios, ni favoritismo por Abel, sino que como consecuencia
de su propio pecado y desobediencia al expreso mandamiento del
Señor, no podía aceptar su ofrenda; pero que si obraba bien sería
aceptado por el Altísimo, y su hermano lo escucharía y él tomaría la
delantera porque era el mayor.
Pero aun después de haber sido fielmente instruido, Caín no se
arrepintió. En lugar de censurarse y aborrecerse por su increduli-
dad, siguió quejándose de la injusticia y la parcialidad de Dios. E
impulsado por sus celos y su odio contendió con Abel y lo cubrió
de reproches. Este mansamente señaló el error de su hermano y
le demostró que el mal estaba en él mismo. Pero Caín odió a su
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hermano desde el momento cuando Dios le manifestó las pruebas
de su aceptación. Abel trató de apaciguar su ira al recordarle la
compasión que Dios había tenido al conservar con vida a sus padres
cuando podría habérsela quitado inmediatamente. Le dijo que Dios
los amaba, pues si así no hubiera sido no habría dado a su Hijo,
inocente y santo, para que soportara la ira que el hombre merecía
sufrir por su desobediencia.
El comienzo de la muerte
Mientras Abel justificaba el plan de Dios, Caín se enojó, y su
odio creció y ardió contra Abel hasta que en un arrebato de ira le
dio muerte. El Señor preguntó a Caín dónde estaba su hermano, y
éste contestó con una mentira: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi
hermano?” Dios le informó que estaba al tanto de su pecado, que
conocía todos sus actos, hasta los pensamientos de su corazón, y
le dijo: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la
tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca
para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la