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La Historia de la Redención
para cumplir su propósito. En su providencia el Señor lo puso en
el seno de la familia real de Egipto donde recibió una educación
cabal; no obstante, no estaba preparado todavía para que Dios le
confiara la gran tarea para la cual lo había llamado. No podía dejar
abruptamente la corte del rey ni las comodidades que se le habían
otorgado como nieto del monarca para llevar a cabo la tarea especial
que el Señor le había asignado. Debía tener oportunidad de adquirir
experiencia en la escuela de la adversidad y de la pobreza, y ser
educado en ella. Mientras vivía en el exilio el Señor envió a sus
ángeles para que lo instruyeran especialmente con respecto al futuro.
Allí aprendió más plenamente las grandes lecciones del dominio
propio y la humildad. Pastoreó las manadas de Jetro, y mientras
llevaba a cabo sus humildes deberes como pastor, el Señor lo estaba
preparando para que se convirtiera en el pastor espiritual de sus
ovejas, es a saber, el pueblo de Israel.
Mientras Moisés conducía su manada por el desierto y se aproxi-
maba al monte de Dios, es decir, a Horeb, “se le apareció el ángel de
Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza”. “Dijo luego
Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y
he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus
angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y
sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, que fluye leche
y miel... ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques
de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel”.
Había llegado el momento cuando Dios trocaría el báculo del
pastor por la vara de Dios, a la cual haría poderosa para el cumpli-
miento de señales y maravillas, para librar a su pueblo de la opresión
y para preservarlos cuando fuesen perseguidos por sus enemigos.
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Moisés aceptó llevar a cabo la misión. Primero visitó a su suegro
con el fin de obtener su consentimiento para regresar con su familia
a Egipto. No se atrevió a compartir con Jetro el mensaje que tenía
para Faraón, por temor a que no estuviera dispuesto a permitir que
su esposa y sus hijos lo acompañaran en una misión tan peligrosa.
El Señor lo fortaleció y disipó sus temores al decirle: “Ve y vuélvete
a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte”.
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