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La Historia de la Redención
evidencias de la existencia de Dios y su poder a partir de la creación.
Los egipcios tuvieron oportunidad de conocer la fe de los hebreos y
a su Dios. Habían tratado de aplastar a los fieles adoradores del Dios
verdadero, y se sentían frustrados porque no lo habían conseguido ni
mediante amenazas, ni con promesas de recompensas, ni por medio
de un tratamiento cruel.
Los dos últimos reyes que habían ocupado el trono de Egip-
to habían sido tiranos y habían tratado cruelmente a los hebreos.
Los ancianos de Israel intentaron animar la fe desfalleciente de los
israelitas recordándoles las promesas hechas a Abrahán y las pala-
bras proféticas de José justamente antes de su fallecimiento, cuando
preanunció la liberación de su pueblo de Egipto. Algunos escucha-
ron y creyeron. Otros consideraban su triste condición, y no tenían
esperanzas.
El ambiente influyó sobre Israel
Los egipcios se enteraron de las expectativas de liberación de
los hijos de Israel, se burlaron de ellas y se referían irónicamente
al poder de su Dios. Señalaban la situación de los israelitas, que
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eran sólo una nación de esclavos, y burlonamente les decían: “Si
vuestro Dios es tan misericordioso, y si es más poderoso que los
dioses egipcios, ¿por qué no los libra? ¿Por qué no manifiesta su
grandeza, y por qué su poder no los exalta?”
Los egipcios entonces llamaban la atención de los israelitas a su
propio pueblo, que adoraba dioses de su propia elección, y que según
los israelitas eran falsos. Les decían alborozados que sus dioses les
daban prosperidad, alimento, ropa y muchas riquezas, y que habían
entregado a los israelitas en sus manos para que los sirvieran, y
que disponían de poder para oprimirlos y aún quitarles la vida, de
manera que dejaran de ser un pueblo. Se burlaban de la idea de que
los hebreos alguna vez pudieran librarse de su esclavitud.
Faraón se vanagloriaba diciendo que le gustaría ver al Dios de
los hebreos librándolos de sus manos. Estas palabras destruyeron
las esperanzas de muchos hijos de Israel. Les parecía que era cierto
lo que el rey y sus consejeros decían. Sabían que se los estaba
tratando como esclavos, y que debían soportar exactamente el grado
de opresión que sus capataces quisieran ejercer sobre ellos. Habían