Página 151 - El Ministerio de la Bondad (1977)

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Los pobres de la iglesia
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mismos son los que cometen el error. Están engañados. No son los
pobres del Señor.
Las instrucciones dadas en la Palabra de Dios con referencia
a ayudar a los pobres no se aplican a tales casos, sino a los infor-
tunados y afligidos. En su providencia, Dios ha afligido a ciertas
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personas para probar a otras. En la iglesia hay viudas e inválidos
para bendición de la iglesia. Forman parte de los medios que Dios
ha elegido para desarrollar el verdadero carácter de los que profe-
san seguir a Cristo, y para hacerles ejercer los preciosos rasgos de
carácter de nuestro compasivo Redentor.
Muchos que apenas pueden vivir cuando están solteros, deci-
den casarse y criar una familia, cuando saben que no tienen con
qué sostenerla. Y lo peor es que no tienen ningún gobierno de su
familia. Toda su conducta en la familia se caracteriza por hábitos de
negligencia. No ejercen ningún dominio propio, y son apasionados,
impacientes e inquietos. Cuando los tales aceptan el mensaje, les
parece que tienen derecho a la ayuda de sus hermanos más pudientes,
y si no se satisfacen sus expectativas, se quejan de la iglesia, y la
acusan de no vivir conforme a su fe. ¿Quiénes deben sufrir en este
caso? ¿Se debe desangrar la causa de Dios y agotar su tesorería, para
cuidar de estas familias pobres y numerosas? No. Los padres deben
ser los que sufran. Por lo general, no sufrirán mayor escasez después
de aceptar el sábado que antes.
Hay entre algunos de los pobres un mal que por cierto provocará
su ruina a menos que lo venzan. Abrazaron la verdad apegados a
costumbres groseras e incultas, y necesitan cierto tiempo para darse
cuenta de su rusticidad y comprender que ella no está de acuerdo con
el carácter de Cristo. Consideran orgullosos a los más ordenados y
refinados, y a menudo, se les oye decir: “La verdad nos pone a todos
en el mismo nivel”. Pero es un grave error pensar que la verdad
rebaja a quien la recibe. Lo eleva, refina sus gustos, santifica su
criterio, y si se vive conforme a ella, lo hace a uno cada vez más
idóneo para gozar de la sociedad de los santos ángeles en la ciudad
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de Dios. La verdad está destinada a elevarnos a todos a un alto nivel.
Los más pudientes deben actuar siempre noble y generosamente
con los hermanos más pobres; han de darles también buenos con-
sejos, y luego dejarles pelear las batallas de la vida. Pero me fué
mostrado que la iglesia tiene el deber solemnísimo de cuidar espe-