Capítulo 29—El cuidado de los ancianos
Atendidos con respeto y ternura
—Se hace constantemente
hincapié en la necesidad de cuidar a nuestros hermanos y hermanas
ancianos que no tienen hogares. ¿Qué puede hacerse por ellos?
La luz que el Señor me ha dado ha sido repetida: No es lo mejor
establecer instituciones para el cuidado de los ancianos, a fin de que
puedan estar juntos en compañía. Tampoco se los debe despedir de la
casa para que sean atendidos en otra parte. Que los miembros de cada
familia atiendan a sus propios parientes. Cuando esto no es posible,
la obra incumbe a la iglesia, y debe ser aceptada como un deber y
privilegio. Todos los que tienen el espíritu de Cristo considerarán a
los débiles y ancianos con respeto y ternura especiales.—
Joyas de
los Testimonios 2:509, 510
.
Permanecer entre amigos y parientes
—Los ancianos necesi-
tan también sentir la benéfica influencia de la familia. En el hogar de
hermanos y hermanas en Cristo es donde mejor puede mitigarse la
pérdida de los suyos. Si se les anima a tomar parte en los intereses y
ocupaciones de la casa, se les ayudará a sentir que aún conservan su
utilidad. Hacedles sentir que se aprecia su ayuda, que aún les queda
algo que hacer en cuanto a servir a los demás, y esto les alegrará el
corazón e infundirá interés a su vida.
En cuanto sea posible, haced que permanezcan entre amigos
y asociaciones familiares aquellos cuyas canas y pasos vacilantes
muestran que van acercándose a la tumba. Unanse en los cultos con
quienes han conocido y amado. Sean atendidos por manos amorosas
y tiernas...
La presencia en nuestras casas de uno de estos desamparados es
una preciosa oportunidad para cooperar con Cristo en su ministerio
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de gracia y para desarrollar rasgos de carácter como los suyos. Hay
bendición en la asociación de ancianos y jóvenes. Estos últimos
pueden llevar rayos de sol al corazón y la vida de los ancianos.
Quienes van desprendiéndose de la vida necesitan del beneficio
resultante del trato con la juventud llena de esperanza y ánimo.
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