Página 41 - El Ministerio de la Bondad (1977)

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La parábola del buen Samaritano
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Ilustrado con la parábola
—Cristo estaba hablando a una gran
multitud. Los fariseos, esperando pescar algo de sus labios que
pudieran usar para condenarlo, enviaron a un letrado ante él con la
siguiente pregunta: “¿Haciendo qué cosa poseeré la vida eterna?”
Cristo leyó en el corazón de los fariseos como en un libro abierto, y
su respuesta a la pregunta fué: “¿Qué está escrito en la ley? ¿cómo
lees? Y él respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo
tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu
entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo. Y díjole: Bien has
respondido: haz esto y vivirás”. El doctor de la ley sabía que con
su propia respuesta se había condenado a sí mismo. El sabía que no
amaba a su prójimo como a sí mismo. Pero deseando justificarse,
preguntó: “¿Quién es mi prójimo?”
Cristo contestó a esta pregunta con el relato de un incidente, cuyo
recuerdo estaba fresco en las mentes de sus oyentes.—
Manuscrito
117, 1903
.
Dijo: “Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en
manos de ladrones, los cuales le despojaron e hiriéndole, se fueron,
dejándole medio muerto”.
Viajando de Jerusalén a Jericó, el viajero tenía que pasar por una
sección del desierto de Judea. El camino conducía a una hondonada
desierta y rocosa que estaba infestada de bandidos, y que a menudo
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era escenario de actos de violencia. Fué allí donde el viajero resultó
atacado, despojado de cuanto de valor llevaba y dejado medio muerto
a la vera del camino. Mientras yacía en esa condición, pasó por el
sendero un sacerdote; vió al hombre tirado, herido y magullado,
revolcándose en su propia sangre, pero lo dejó sin prestarle ninguna
ayuda. “Se pasó de lado”. Entonces apareció un levita. Curioso de
saber lo que había ocurrido, se detuvo y observó al hombre que
sufría. Estaba convencido de lo que debía hacer, pero no era un
deber agradable. Deseó no haber venido por ese camino, de manera
que no hubiese visto al hombre herido. Se persuadió a sí mismo de
que el caso no le concernía a él, y él también “se pasó de lado”.
Pero un samaritano, viajando por el mismo camino, vió al que
sufría, e hizo la obra que los otros habían rehusado. Con amabili-
dad y bondad ministró al hombre herido. “Viéndole, fué movido a
misericordia; y llegándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole sobre su cabalgadura, llevóle al mesón, y cuidó