La obra en pro de los intemperantes
Toda verdadera reforma tiene su lugar en la obra del Evangelio y
tiende a elevar al alma a una vida nueva y más noble. La obra de tem-
perancia requiere especialmente la ayuda de los obreros cristianos,
quienes deberían atender a esta reforma, y hacer de ella una cuestión
vital. En todas partes deberían enseñar al pueblo los principios de
la verdadera templanza, e invitar a los oyentes a firmar el voto de
temperancia. Debe hacerse todo lo posible en beneficio de quienes
son esclavos de malos hábitos.
En todas partes hay algo que hacer por las víctimas de la intem-
perancia. En el seno de las iglesias, de las instituciones religiosas
y de los hogares en que se hace profesión cristiana, muchos jóve-
nes van camino de su ruina. Sus hábitos intemperantes les acarrean
enfermedades, y por el afán de obtener dinero para satisfacer sus
apetitos pecaminosos caen en prácticas deshonestas. Arruinan su
salud y su carácter. Lejos de Dios, desechos de la sociedad, estas
pobres almas se sienten sin esperanza para esta vida ni para la veni-
dera. A los padres se les parte el corazón. Muchos consideran a estos
extraviados como casos desesperados; pero Dios no los considera
así, pues comprende todas las circunstancias que han hecho de ellos
lo que son, y se apiada de ellos. Esta clase de gente requiere ayuda.
Jamás debe dársele lugar a que diga: “Nadie se preocupa de mi
alma.”
Entre las víctimas de la intemperancia hay representantes de toda
[128]
clase social y de todas las profesiones. Hombres encumbrados, de
gran talento y altas realizaciones, han cedido a sus apetitos hasta que
han quedado incapaces de resistir a la tentación. Algunos que en otro
tiempo poseían riquezas, han quedado sin familia ni amigos, presos
de padecimientos, miseria, enfermedad y degradación. Perdieron el
dominio de sí mismos. Si nadie les tiende una mano de auxilio, se
hundirán cada vez más. En ellos el exceso no es tan sólo pecado
moral, sino enfermedad física.
112