La obra en pro de los intemperantes
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Muchas veces, al ayudar a los intemperantes, deberíamos prime-
ro, conforme a lo que Cristo hizo tantas veces, atender a su condición
física. Necesitan alimentos y brebajes sanos y no excitantes, ropa
limpia y facilidades para asegurar la limpieza del cuerpo. Necesitan
que se les rodee de influencias sanas, cristianas y enaltecedoras. En
cada ciudad debería haber un lugar donde los esclavos del vicio
hallaran ayuda para romper las cadenas que los aprisionan. Para
muchos las bebidas alcohólicas son el único solaz en la aflicción;
pero tal no sucedería si, en vez de desempeñar el papel del sacerdote
y del levita, los cristianos de profesión siguieran el ejemplo del buen
samaritano.
Al tratar con las víctimas de la intemperancia debemos recordar
que no son hombres cuerdos, sino que de momento están bajo el
poder de un demonio. Hay que ser pacientes y tolerantes con ellos.
No os fijéis en su exterior repulsivo; antes acordaos de la preciosa
vida por cuya redención Cristo murió. Al despertar el borracho
a la conciencia de su degradación, haced cuanto os sea posible
por demostrarle que sois amigos suyos. No pronunciéis una sola
palabra de censura. No le manifestéis reproche ni aversión por
vuestros actos o miradas. Muy probable es que esa pobre alma se
maldice ya a sí misma. Ayudadle a levantarse. Decidle palabras que
le alienten a tener fe. Procurad fortalecer todo buen rasgo de su
carácter. Enseñadle a tender las manos al cielo. Mostradle que le
es posible llevar una vida que le gane el respeto de sus semejantes.
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Ayudadle a ver el valor de los talentos que Dios le ha dado, pero que
él descuidó de acrecentar.
Aunque la voluntad esté depravada y débil, hay para ese hom-
bre esperanza en Cristo, quien despertará en su corazón impulsos
superiores y deseos más santos. Alentadle a que mantenga firme la
esperanza que le ofrece el Evangelio. Abrid la Biblia ante el tentado
que lucha, y leedle una y otra vez las promesas de Dios, que serán
para él como hojas del árbol de la vida. Seguid esforzándoos con
paciencia, hasta que con gozo agradecido la temblorosa mano se
aferre a la esperanza de redención por Cristo.
Debéis seguir interesándoos por aquellos a quienes queráis ayu-
dar. De lo contrario, nunca alcanzaréis la victoria. Siempre los ten-
tará el mal. Una y otra vez se sentirán casi vencidos por la sed de