Página 146 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
eres tú,” ha “negado al Dios soberano.”
Job 31:24, 28
. “Ninguno de
ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su
rescate. (Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se
hará jamás.)”
Salmos 49:7, 8
.
Las riquezas y los honores del mundo no pueden satisfacer al al-
ma. Muchos ricos ansían alguna seguridad divina, alguna esperanza
espiritual. Muchos anhelan algo que ponga fin a la monotonía de su
vida estéril. Muchos funcionarios públicos sienten necesidad de algo
que no tienen. Pocos de ellos asisten a la iglesia, pues consideran que
no obtienen gran provecho. La enseñanza que allí oyen no conmueve
su corazón. ¿No les dirigiremos algún llamamiento personal?
Entre las víctimas de la necesidad y del pecado se encuentran per-
sonas que en otro tiempo eran acaudaladas. Individuos de diversas
carreras y condiciones quedaron dominados por las contaminaciones
del mundo, por el consumo de bebidas alcohólicas, por la concupis-
cencia, y han sucumbido a la tentación. Si bien estos caídos necesitan
compasión y asistencia, ¿no se ha de prestar alguna atención a los
que todavía no se han abismado, pero que ya ponen el pie en la
misma senda?
Miles de personas que desempeñan puestos de confianza y honor
se entregan a hábitos que envuelven la ruina del alma y del cuerpo.
Hay ministros del Evangelio, estadistas, literatos, hombres de fortuna
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y de talento, hombres de capacidad para vastas empresas y para cosas
útiles, que están en peligro mortal porque no ven la necesidad de
dominarse en todo. Hay que llamarles la atención respecto de los
principios de la templanza, no de un modo dogmático, sino a la
luz del gran propósito de Dios para con la humanidad. Si se les
presentaran así los principios de la verdadera templanza, muchos
individuos de las clases altas reconocerían el valor de ellos y les
darían franca acogida.
Debemos convencerles del resultado de tan perniciosos hábitos
en la merma de las facultades físicas, mentales y morales. Ayúdeseles
a darse cuenta de su responsabilidad como administradores de los
dones de Dios. Hágaseles ver el bien que podrían hacer con el
dinero que gastan ahora en cosas perjudiciales. Indúzcaseles a la
abstinencia completa, aconsejándoles que el dinero que pudieran
gastar en bebidas, tabaco, o cosas por el estilo, lo dediquen al alivio
de los enfermos pobres, o a la educación de niños y jóvenes para ser