Página 16 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Nuestro ejemplo
Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo como siervo para
suplir incansablemente la necesidad del hombre. “El mismo tomó
nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias” (
Mateo 8:17
),
para atender a todo menester humano. Vino para quitar la carga de
enfermedad, miseria y pecado. Era su misión ofrecer a los hombres
completa restauración; vino para darles salud, paz y perfección de
carácter.
Variadas eran las circunstancias y necesidades de los que suplica-
ban su ayuda, y ninguno de los que a él acudían quedaba sin socorro.
De él fluía un caudal de poder curativo que sanaba de cuerpo, espíritu
y alma a los hombres.
La obra del Salvador no se limitaba a tiempo ni lugar determina-
do. Su compasión no conocía límites. En tan grande escala realizaba
su obra de curación y de enseñanza, que no había en Palestina edi-
ficio bastante grande para dar cabida a las muchedumbres que a él
acudían. Encontrábase su hospital en los verdes collados de Galilea,
en los caminos reales, junto a la ribera del lago, en las sinagogas, y
doquiera podían llevarle enfermos. En toda ciudad, villa y aldea por
do pasaba, ponía las manos sobre los pacientes y los sanaba. Doquie-
ra hubiese corazones dispuestos a recibir su mensaje, los consolaba
con la seguridad de que su Padre celestial los amaba. Todo el día
servía a los que acudían a él; y al anochecer atendía a los que habían
tenido que trabajar penosamente durante el día para ganar el escaso
sustento de sus familias.
Jesús cargaba con el tremendo peso de la responsabilidad de
la salvación de los hombres. Sabía que sin un cambio decisivo en
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los principios y propósitos de la raza humana, todo se perdería.
Esto acongojaba su alma, y nadie podía darse cuenta del peso que
le abrumaba. En su niñez, juventud y edad viril, anduvo solo. No
obstante, estar con él era estar en el cielo. Día tras día sufría pruebas
y tentaciones; día tras día estaba en contacto con el mal y notaba el
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