Página 173 - El Ministerio de Curacion (1959)

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La cura mental
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haga flaquear nuestras rodillas y nos corte los brazos. “Echen mano
... de mi fortaleza—dice el Poderoso,—y hagan paz conmigo. ¡Sí,
que hagan paz conmigo!”
Isaías 27:5 (VM)
. Los que dedican su vida
a ser dirigidos por Dios y a servirle, no se verán jamás en situación
para la cual él no haya provisto el remedio. Cualquiera que sea nues-
tra condición, si somos hacedores de su Palabra, tenemos un Guía
que nos señale el camino; cualquiera que sea nuestra perplejidad,
tenemos un buen Consejero; cualquiera que sea nuestra perplejidad,
nuestro pesar, luto o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con
nosotros.
Si en nuestra ignorancia damos pasos equivocados, el Salvador
no nos abandona. No tenemos nunca por qué sentirnos solos. Los án-
geles son nuestros compañeros. El Consolador que Cristo prometió
enviar en su nombre mora con nosotros. En el camino que conduce a
la ciudad de Dios, no hay dificultades que no puedan vencer quienes
en él confían. No hay peligros de que no puedan verse libres. No
hay tristeza, ni dolor ni flaqueza humana para la cual él no haya
preparado remedio.
Nadie tiene por qué entregarse al desaliento ni a la desesperación.
Puede Satanás presentarse a ti, insinuándote desapiadadamente: “Tu
caso es desesperado. No tienes redención.” Hay sin embargo es-
peranza en Cristo para ti. Dios no nos exige que venzamos con
nuestras propias fuerzas. Nos invita a que nos pongamos muy junto
a él. Cualesquiera que sean las dificultades que nos abrumen y que
opriman alma y cuerpo Dios aguarda para libertarnos.
El que se humanó sabe simpatizar con los padecimientos de
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la humanidad. No sólo conoce Cristo a cada alma, así como sus
necesidades y pruebas particulares, sino que conoce todas las cir-
cunstancias que irritan el espíritu y lo dejan perplejo. Tiende su
mano con tierna compasión a todo hijo de Dios que sufre. Los que
más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Le
conmueven nuestros achaques y desea que depongamos a sus pies
nuestras congojas y nuestros dolores, y que allí los dejemos.
No es prudente que nos miremos a nosotros mismos y que es-
tudiemos nuestras emociones. Si lo hacemos, el enemigo nos pre-
sentará dificultades y tentaciones que debiliten la fe y aniquilen el
valor. El fijarnos por demás en nuestras emociones y ceder a nuestros