Página 172 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
dé aparte de su persona. Está en Cristo, y no la podemos recibir sino
recibiéndole a él.
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Cristo es el manantial de la vida. Lo que muchos necesitan es
un conocimiento más claro de él; necesitan que se les enseñe con
paciencia y bondad, pero también con fervor, a abrir de par en par
todo su ser a las influencias curativas del Cielo. Cuando el sol del
amor de Dios ilumina los obscuros rincones del alma, el cansancio
y el descontento pasan, y satisfacciones gratas vigorizan la mente,
al par que dan salud y energía al cuerpo.
Estamos en un mundo donde impera el sufrimiento. Dificulta-
des, pruebas y tristezas nos esperan a cada paso mientras vamos
hacia la patria celestial. Pero muchos agravan el peso de la vida al
cargarse continuamente de antemano con aflicciones. Si encuentran
adversidad o desengaño en su camino, se figuran que todo marcha
hacia la ruina, que su suerte es la más dura de todas, y que se hunden
seguramente en la miseria. Así se atraen la desdicha y arrojan som-
bras sobre cuanto los rodea. La vida se vuelve una carga para ellos.
Pero no es menester que así sea. Tendrán que hacer un esfuerzo
resuelto para cambiar el curso de sus pensamientos. Pero el cambio
es realizable. Su felicidad, para esta vida y para la venidera, depende
de que fijen su atención en cosas alegres. Dejen ya de contemplar
los cuadros lóbregos de su imaginación; consideren más bien los
beneficios que Dios esparció en su senda, y más allá de éstos, los
invisibles y eternos.
Para toda prueba Dios tiene deparado algún auxilio. Cuando,
en el desierto, Israel llegó a las aguas amargas de Mara, Moisés
clamó al Señor, quien no proporcionó ningún remedio nuevo, sino
que dirigió la atención del pueblo a lo que tenía a mano. Para que
el agua se volviera pura y dulce, había que echar en la fuente un
arbusto que Dios había creado. Hecho esto, el pueblo pudo beber
y refrescarse. En toda prueba, si recurrimos a él, Cristo nos dará
su ayuda. Nuestros ojos se abrirán para discernir las promesas de
curación consignadas en su Palabra. El Espíritu Santo nos enseñará
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cómo aprovechar cada bendición como antídoto contra el pesar.
Encontraremos alguna rama con que purificar las bebidas amargas
puestas ante nuestros labios.
No hemos de consentir en que lo futuro con sus dificultosos pro-
blemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón,