Página 184 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Siempre es posible encontrar en la naturaleza algo que distraiga
la atención de los enfermos de sí mismos, y la dirija hacia Dios. Ro-
deados de las obras maravillosas del Creador, los enfermos sentirán
elevarse su mente desde las cosas visibles hasta las invisibles. La
belleza de la naturaleza los inducirá a pensar en el hogar celestial,
donde no habrá nada que altere la hermosura, nada que manche ni
destruya, nada que acarree enfermedad o muerte.
Sepan los médicos y enfermeros sacar de la naturaleza lecciones
que revelen a Dios. Dirijan la atención de sus pacientes hacia Aquel
cuya mano hizo los altos árboles, la hierba y las flores, aliéntenlos
a ver en cada yema y capullo una expresión de su amor hacia sus
hijos. El que cuida de las aves y de las flores cuidará también de los
seres formados a su propia imagen.
Al aire libre, entre las obras de Dios y respirando el aire fresco y
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tónico, será más fácil hablar a los enfermos acerca de la vida nueva
en Cristo. Allí se les puede leer la Palabra de Dios. Allí puede la luz
de la justicia de Cristo brillar en corazones entenebrecidos por el
pecado.
Hombres y mujeres que necesiten curación física y espiritual
serán puestos así en relación con personas cuyas palabras y actos los
atraigan a Cristo. Serán puestos bajo la influencia del gran Misionero
médico que puede sanar el alma y el cuerpo. Oirán contar la histo-
ria del amor manifestado por el Salvador y del perdón concedido
gratuitamente a cuantos acuden a él confesando sus pecados.
Bajo tales influencias, muchos pacientes serán llevados al camino
de la vida. Los ángeles celestiales cooperan con los agentes humanos
para infundir aliento, esperanza, gozo y paz en los corazones de los
enfermos y dolientes. En tales condiciones los enfermos reciben
doble bendición, y muchos encuentran la salud. El paso débil recobra
su elasticidad y la mirada su brillo. El desesperado vuelve a la
esperanza. El semblante desanimado reviste expresión de gozo. La
voz quejumbrosa se torna alegre y satisfecha.
Al recobrar la salud física, hombres y mujeres son más capaces
de ejercer aquella fe en Cristo que asegura la salud del alma. El
saber que los pecados están perdonados proporciona paz, gozo y
descanso inefables. La esperanza anublada del cristiano se despe-
ja. Las palabras expresan entonces la convicción de que “Dios es
nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulacio-