Higiene general
El conocimiento de que el hombre ha de ser templo de Dios, una
habitación para revelar su gloria, debe ser el mayor incentivo para
el cuidado y desarrollo de nuestras facultades físicas. Asombrosa
y maravillosamente formó Dios el cuerpo humano, y nos manda
que lo estudiemos, que nos demos cuenta de sus necesidades, que
hagamos cuanto esté de nuestra parte para preservarlo de daño y
contaminación.
La circulación de la sangre
Para tener buena salud, debemos tener buena sangre, pues la san-
gre es la corriente de la vida. Repara los desgastes y nutre el cuerpo.
Provista de los elementos convenientes y purificada y vitalizada
por el contacto con el aire puro, da vida y vigor a todas partes del
organismo. Cuanto más perfecta sea la circulación, mejor cumplida
quedará aquella función.
A cada latido del corazón, la sangre debe fluir rápida y fácilmente
por todas partes del cuerpo. Su circulación no debe ser entorpecida
por ropas o ligaduras apretadas, ni por insuficiente abrigo en las
extremidades. Todo lo que dificulta la circulación detiene la sangre
en los órganos vitales y produce congestión. Esto provoca dolor de
cabeza, tos, palpitaciones cardíacas o indigestión.
La respiración
Para tener buena sangre, debemos respirar bien. Las inspiracio-
nes hondas y completas de aire puro, que llenan los pulmones de
oxígeno, purifican la sangre, le dan brillante coloración, y la impul-
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san, como corriente de vida, por todas partes del cuerpo. La buena
respiración calma los nervios, estimula el apetito, hace más perfecta
la digestión, y produce sueño sano y reparador.
Hay que conceder a los pulmones la mayor libertad posible. Su
capacidad se desarrolla mediante el libre funcionamiento; pero dis-
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