196
El Ministerio de Curacion
La madre no tiene tiempo para estudiar los principios del desa-
rrollo físico a fin de aprender a cuidar de la salud de sus hijos. No
tiene tiempo para atender a las necesidades intelectuales o espiritua-
les de ellos, ni para simpatizar con ellos en sus pequeños desengaños
y pruebas, ni para participar en sus intereses y propósitos.
Casi tan pronto como llegan al mundo, los hijos se ven sometidos
a la influencia de la moda. Oyen más conversaciones acerca de los
[223]
vestidos que acerca del Salvador. Ven a sus madres consultar los
figurines de la moda con más interés que la Biblia. La ostentación
en el vestir se considera de mayor importancia que el desarrollo
del carácter. Tanto los padres como los hijos quedan privados de lo
más dulce y verdadero de la vida. Por causa de la moda no reciben
preparación para la vida venidera.
El enemigo de todo lo bueno fué quién instigó el invento de mo-
das veleidosas. No desea otra cosa que causar perjuicio y deshonra a
Dios al labrar la ruina y la miseria de los seres humanos. Uno de los
medios más eficaces para lograr esto lo constituyen los ardides de la
moda, que debilitan el cuerpo y la mente y empequeñecen el alma.
Las mujeres están sujetas a graves enfermedades, y sus dolencias
empeoran en gran manera por el modo de vestirse. En vez de con-
servar su salud para las contingencias que seguramente han de venir,
sacrifican demasiado a menudo con sus malos hábitos no sólo la
salud, sino la vida y dejan a sus hijos una herencia de infortunio, en
una constitución arruinada, hábitos pervertidos y falsas ideas acerca
de la vida.
Uno de los disparates más dispendiosos y perjudiciales de la
moda es la falda que barre el suelo, por lo sucia, incómoda, incon-
veniente y malsana. Todo esto y más aún se puede decir de la falda
rastrera. Es costosa, no sólo por el género superfluo que entra en su
confección, sino porque se desgasta innecesariamente por ser tan
larga. Cualquiera que haya visto a una mujer así ataviada, con las
manos llenas de paquetes, intentando subir o bajar escaleras, trepar
a un tranvía, abrirse paso por entre la muchedumbre, andar por suelo
encharcado, o por un camino cenagoso, no necesita más pruebas
para convencerse de la incomodidad de la falda larga.
Otro grave mal es que las caderas sostengan el peso de la falda.
Este gran peso, al oprimir los órganos internos, los arrastra hacia
abajo, por lo que causa debilidad del estómago y una sensación de
[224]