El vestido
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de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
Mateo 6:28, 30-33
.
“Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti perse-
vera; porque en ti se ha confiado.”
Isaías 26:3
.
¡Cómo contrasta esto con el cansancio, la inquietud, la enferme-
dad y la desdicha que resultan del despotismo de la moda! ¡Cuán
contrarias a los principios consignados en las Escrituras son muchas
de las confecciones impuestas por la moda! Pensad en los estilos que
han prevalecido en los últimos siglos o aun en las últimas décadas.
¡Cuántos de ellos, si no hubieran sido impuestos por la moda, nos
parecerían indecorosos! ¡cuántos nos parecerían impropios de una
mujer refinada, temerosa de Dios y respetuosa de sí misma!
Los cambios introducidos en la indumentaria, meramente por
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causa de la moda, no son sancionados por la Palabra de Dios. Los
cambios de la moda y los adornos costosos malgastan el tiempo
y el dinero de los ricos, así como las energías de la mente y del
alma. Imponen, además, una pesadísima carga a las clases medias y
pobres de la sociedad. Muchas mujeres que a duras penas se ganan
el sustento, y que con modas sencillas podrían hacerse sus propios
vestidos, se ven obligadas a acudir a la modista para sujetarse a la
moda. Más de una niña pobre, para llevar un vestido elegante, se
ha privado de ropa interior y de abrigo y ha pagado este desacierto
con su vida. Otras, llevadas por el deseo de la ostentación y de la
elegancia de los ricos, entraron en el camino de la deshonestidad y
la vergüenza. Más de una familia tiene que privarse de comodidades,
más de un padre de familia se ve arrastrado a las deudas y a la ruina
para satisfacer las extravagantes exigencias de la esposa y los hijos.
Más de una mujer, obligada a confeccionar sus vestidos o el
de sus hijos, conforme a la moda, se ve condenada a incesante y
pesadísimo trabajo. Más de una madre, enervada y con los dedos
trémulos, pena hasta las altas horas de la noche para añadir al vestido
de sus hijos inútiles adornos que en nada contribuyen a la salud, a
la comodidad o a la belleza. Por amor a la moda sacrifica la salud y
aquella calma del espíritu tan indispensable para el buen gobierno
de sus hijos. Así descuida la cultura del espíritu y del corazón, y su
alma se empequeñece.