Página 21 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Nuestro ejemplo
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pulsos, y a estos parias de la sociedad se les abría la posibilidad de
una vida nueva.
Aunque judío, Jesús trataba libremente con los samaritanos, y
despreciando las costumbres y los prejuicios farisaicos de su nación,
aceptaba la hospitalidad de aquel pueblo despreciado. Dormía bajo
sus techos, comía a su mesa, compartiendo los manjares preparados
y servidos por sus manos, enseñaba en sus calles, y los trataba con
la mayor bondad y cortesía. Y al par que se ganaba sus corazones
por su humana simpatía, su gracia divina les llevaba la salvación que
los judíos rechazaban.
El ministerio personal
Cristo no despreciaba oportunidad alguna para proclamar el
Evangelio de salvación. Escuchad las admirables palabras que diri-
giera a la samaritana. Estaba sentado junto al pozo de Jacob, cuando
vino la mujer a sacar agua. Con sorpresa de ella, Jesús le pidió un
favor. “Dame de beber,” le dijo. Deseaba él beber algo refrescante,
y al mismo tiempo ofrecerle a ella el agua de vida. Dijo la mujer:
“¿Cómo tú, siendo Judío, me pides a mí de beber, que soy mujer
Samaritana? porque los Judíos no se tratan con los Samaritanos.”
Respondió Jesús: “Si conocieses el don de Dios, y quién es el que
te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva. ...
Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que
bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas
el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para
vida eterna.”
Juan 4:6-14
.
¡Cuán vivo interés manifestó Cristo en esta sola mujer! ¡Cuán
fervorosas y elocuentes fueron sus palabras! Al oírlas la mujer dejó
el cántaro y se fué a la ciudad para decir a sus amigos: “Venid, ved un
hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el
Cristo?” Leemos que “muchos de los Samaritanos de aquella ciudad
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creyeron en él.”
Vers. 29, 39
. ¿Quién puede apreciar la influencia
que semejantes palabras ejercieron para la salvación de almas desde
entonces hasta hoy?
Doquiera haya corazones abiertos para recibir la verdad, Cristo
está dispuesto a enseñársela, revelándoles al Padre y el servicio
que agrada a Aquel que lee en los corazones. Con los tales no se