Los extremos en la alimentación
No todos los que aseveran creer en la reforma alimenticia son
realmente reformadores. Para muchos la reforma consiste meramen-
te en descartar ciertos manjares malsanos. No entienden bien los
principios fundamentales de la salud, y sus mesas, aún cargadas de
golosinas nocivas, distan mucho de ser ejemplos de templanza y
moderación cristianas.
Otra categoría de personas, en su deseo de dar buen ejemplo,
cae en el extremo opuesto. Algunos no pueden proporcionarse los
manjares más apetecibles, y en vez de hacer uso de las cosas que me-
jor podrían suplir la falta de aquéllos, se imponen una alimentación
deficiente. Lo que comen no les suministra los elementos necesarios
para obtener buena sangre. Su salud se resiente, su utilidad se me-
noscaba, y con su ejemplo desprestigian la reforma alimenticia, en
vez de favorecerla.
Otros piensan que por el hecho de que la salud exige una ali-
mentación sencilla, no es necesario preocuparse por la elección o
preparación de los alimentos. Algunos se sujetan a un régimen ali-
menticio escaso, que no ofrece una variedad suficiente para suplir lo
que necesita el organismo, y sufren las consecuencias.
Los que sólo tienen un conocimiento incompleto de los prin-
cipios de la reforma son muchas veces los más intransigentes, no
sólo al practicar sus opiniones, sino que insisten en imponerlas a
sus familias y vecinos. El efecto de sus mal entendidas reformas, tal
como se lo nota en su propia mala salud, y los esfuerzos que hacen
para obligar a los demás a aceptar sus puntos de vista, dan a muchos
una idea falsa de lo que es la reforma alimenticia, y los inducen a
[246]
desecharla por completo.
Los que entienden debidamente las leyes de la salud y que se
dejan dirigir por los buenos principios, evitan los extremos, y no
incurren en la licencia ni en la restricción. Escogen su alimento no
meramente para agradar al paladar, sino para reconstituir el cuerpo.
Procuran conservar todas sus facultades en la mejor condición po-
216