Página 223 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Los extremos en la alimentación
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comidas sencillas y sanas. Sus negocios los llaman a menudo a
puntos donde no encuentran alimento sano; entonces, si tienen algún
conocimiento de la ciencia culinaria, pueden aprovecharlo.
Fijaos con cuidado en vuestra alimentación. Estudiad las causas
y sus efectos. Cultivad el dominio propio. Someted vuestros ape-
titos a la razón. No maltratéis vuestro estómago recargándolo de
alimento; pero no os privéis tampoco de la comida sana y sabrosa
que necesitáis para conservar la salud.
La estrechez de miras de algunos que se llaman reformadores ha
perjudicado mucho la causa de la higiene. Deben tener presente los
higienistas que en gran medida la reforma alimenticia será juzgada
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por lo que ellos provean para sus mesas; y en vez de adoptar un
proceder que desacredite la reforma, deben enseñar sus principios
con el ejemplo, de modo que los recomienden así a las mentes
sinceras. Una clase de personas, que abarca a muchos, se opondrá
siempre a toda reforma, por muy racional que sea, si requiere que
refrenen sus apetitos. Siempre consultan su paladar en vez de su
juicio o las leyes de la higiene. Invariablemente, estas personas
tacharán de extremistas a cuantos quieran dejar los caminos trillados
de las costumbres y abogar por la reforma, por muy consecuente que
sea su proceder. A fin de no dar a esas personas motivos legítimos
de crítica, los higienistas no procurarán distinguirse tanto como
puedan de los demás, sino que se les acercarán en todo lo posible
sin sacrificar los buenos principios.
Cuando los que abogan por la reforma en armonía con la higiene
caen en exageraciones, no es de admirar que muchos que los consi-
deran como verdaderos representantes de los principios de la salud
rechacen por completo la reforma. Estas exageraciones suelen hacer
más daño en poco tiempo que el que pudiera subsanarse en toda una
vida consecuente.
La reforma higiénica está basada en principios amplios y de
mucho alcance, y no debemos empequeñecerla con miras y prácticas
estrechas. Pero nadie debe permitir que el temor a la oposición o al
ridículo, el deseo de agradar a otros o influir en ellos, le aparte de los
principios verdaderos ni le induzca a considerarlos livianamente. Los
que se dejan gobernar por los buenos principios defenderán firme
y resueltamente lo que sea correcto; pero en todas sus relaciones