Página 254 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
La sencillez en el mobiliario
Nuestros hábitos artificiales nos privan de muchas bendiciones
y de muchos goces, y nos inhabilitan para llevar la vida más útil.
Los muebles complicados y costosos son un despilfarro no sólo de
dinero, sino de algo mil veces más precioso. Imponen una carga de
cuidados, labores y perplejidades.
¿Cuáles son las condiciones de la vida en muchos hogares, aun
donde los recursos son escasos y el trabajo doméstico recae prin-
cipalmente en la madre? Los mejores cuartos están amueblados en
forma que supera los recursos de los ocupantes, y resultan inadecua-
dos para la comodidad y el solaz. Vense en ellos costosas alfombras,
muebles primorosos y delicadamente tapizados, y hermosas cortinas.
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Mesas, repisas y todo espacio aprovechable, están atestados de ador-
nos, y las paredes recargadas con cuadros, hasta ofrecer todo ello un
espectáculo fatigoso. ¡Y cuánto trabajo cuesta conservarlo todo en
buen orden y limpio de polvo! Ese trabajo y los hábitos artificiales
que la moda impone a la familia atan a la dueña de casa a una tarea
inacabable.
En muchos hogares la esposa y madre no tiene tiempo para
leer a fin de mantenerse bien informada ni tiene tiempo para ser
la compañera de su esposo ni para seguir de cerca el desarrollo
intelectual de sus hijos. No hay tiempo ni lugar para que el querido
Salvador sea su compañero íntimo. Poco a poco ella se convierte en
una simple esclava de la casa, cuyas fuerzas, tiempo e interés son
absorbidos por las cosas que perecen con el uso. Muy tarde despierta
para hallarse casi extraña en su propia casa. Las oportunidades
que una vez tuvo para influir en sus amados y elevarlos a una vida
superior pasaron y no volverán jamás.
Hermoso medio ambiente
Resuelvan los fundadores del hogar que vivirán conforme a un
plan más sabio. Sea su fin primordial hacer agradable el hogar.
Asegúrense los medios para aligerar el trabajo, favorecer la salud y
proveer comodidad. Hagan planes que les permitan agasajar a los
huéspedes a quienes Cristo nos ordenó que diéramos acogida, y de