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El Ministerio de Curacion
A la madre le parece muchas veces que su tarea es un servicio sin
importancia, un trabajo que rara vez se aprecia. Las demás personas
se dan escasa cuenta de sus muchos cuidados y responsabilidades.
Pasa sus días ocupada en un sinnúmero de pequeños deberes que re-
quieren esfuerzo, dominio propio, tacto, sabiduría y amor abnegado;
y, sin embargo, no puede jactarse de lo que ha hecho como si fuese
una hazaña. Sólo ha hecho marchar suavemente la rutina de la casa.
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A menudo, cansada y perpleja, ha procurado hablar bondadosamente
con los niños, tenerlos ocupados y contentos, y guiar sus piececitos
por el camino recto. Le parece que no ha hecho nada. Pero no es
así. Los ángeles celestiales observan a la madre apesadumbrada, y
anotan las cargas que lleva día tras día. Su nombre puede ser des-
conocido para el mundo, pero está escrito en el libro de vida del
Cordero.
Oportunidades de las madres
Hay un Dios en lo alto, y la luz y gloria de su trono iluminan a
la madre fiel que procura educar a sus hijos para que resistan a la
influencia del mal. Ninguna otra obra puede igualarse en importan-
cia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, alguna
hermosa figura que pintar en un lienzo, ni como el escultor, que
cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, algún pensa-
miento noble que expresar en poderosas palabras, ni que manifestar,
como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea
es desarrollar con la ayuda de Dios la imagen divina en un alma
humana.
La madre que aprecie esta obra considerará de valor inapreciable
sus oportunidades. Por lo tanto, mediante su propio carácter y sus
métodos de educación, se empeñará en presentar a sus hijos el más
alto ideal. Con fervor, paciencia y valor, se esforzará por perfeccionar
sus propias aptitudes para valerse de ellas con acierto en la educación
de sus hijos. A cada paso se preguntará con fervor: “¿Qué ha dicho
Dios?” Estudiará su Palabra con diligencia. Tendrá sus miradas fijas
en Cristo, para que su experiencia diaria, en el humilde círculo de
sus cuidados y deberes, sea reflejo fiel de la única Vida verdadera.
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