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El Ministerio de Curacion
La Palabra de Dios no reprime la actividad, sino que la guía y
encauza. Dios no ordena al joven que tenga menos aspiraciones. No
se han de reprimir los elementos del carácter que aseguran éxito
verdadero y honores entre los hombres; a saber, el deseo irreprimible
de alcanzar algún bien mayor, la voluntad indomable, la aplicación
tenaz y la perseverancia incansable. Deben dedicarse, mediante la
gracia de Dios, a conseguir fines tanto más elevados que los intereses
mundanos egoístas como son más altos los cielos que la tierra.
A nosotros, como padres cristianos, nos toca dar a nuestros hijos
la debida dirección. Deben ser guiados con cuidado, prudencia y
ternura en la senda del ministerio cristiano. Un pacto sagrado con
Dios nos impone la obligación de educar a nuestros hijos para ser-
virle. Rodearlos de una influencia que los lleve a escoger una vida
de servicio, y darles la educación necesaria para ello, tal es nuestro
primer deber.
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito,” para que no pereciéramos, sino que tuviéramos “vida
eterna.” “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros.” Si
amamos, daremos. “No ... para ser servido, sino para servir,” es la
gran lección que hemos de aprender y enseñar.
Juan 3:16
;
Efesios
5:2
;
Mateo 20:28
.
Impresionad a los jóvenes con el pensamiento de que no se
pertenecen a sí mismos, sino a Cristo. Fueron comprados por su
sangre, y su amor los requiere. Viven porque él los guarda con su
poder. Su tiempo, su fuerza, sus aptitudes son de Cristo; es menester
desarrollarlas y perfeccionarlas a fin de emplearlas en beneficio de
él.
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Después de los seres angélicos, la familia humana, formada a
imagen de Dios, es la más noble de las obras creadas por Dios, quien
desea que los seres humanos lleguen a ser todo lo que él ha hecho
posible que sean, y quiere que hagan el mejor uso de las facultades
que él les ha concedido.
La vida es misteriosa y sagrada. Es la manifestación de Dios
mismo, fuente de toda vida. Las oportunidades que ella depara
son preciosas y deben ser fervorosamente aprovechadas. Una vez
perdidas, no vuelven jamás.
Ante nosotros Dios pone la eternidad, con sus solemnes realida-
des, y nos revela temas inmortales e imperecederos. Nos presenta