Importancia del verdadero conocimiento
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continuo esfuerzo y constante actividad, no puede haber adelanto en
la vida divina, ni puede obtenerse la corona de victoria.
La prueba más evidente de la caída del hombre de un estado
superior es el hecho de que tanto cuesta volver a él. El camino
de regreso se puede recorrer sólo mediante rudo batallar, hora tras
hora, y adelantando paso a paso. En un momento, por una acción
precipitada o por descuido, podemos ponernos bajo el poder del
mal; pero se necesita más de un momento para romper los grillos
y alcanzar una vida más santa. Bien puede formarse el propósito y
empezar a realizarlo; pero su cumplimiento cabal requiere trabajo,
tiempo, perseverancia, paciencia y sacrificio.
No debemos obrar impulsivamente. No podemos descuidarnos
un solo momento. Asaltados por tentaciones sin cuento, debemos
resistir con firmeza o ser vencidos. Si llegamos al fin de la vida sin
haber concluído nuestra obra, la pérdida será eterna.
La vida del apóstol Pablo fué un constante conflicto consigo
mismo. Dijo: “Cada día muero.”
1 Corintios 15:31
. Su voluntad y
sus deseos estaban en conflicto diario con su deber y con la voluntad
de Dios. En vez de seguir su inclinación, hizo la voluntad de Dios,
por mucho que tuviera que crucificar su naturaleza.
Al terminar su vida de conflicto, al mirar hacia atrás y ver los
combates y triunfos de ella, pudo decir: “He peleado la buena batalla,
he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo,
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en aquel día.”
2 Timoteo 4:7, 8
.
La vida cristiana es una batalla y una marcha. En esta guerra no
hay descanso; el esfuerzo ha de ser continuo y perseverante. Sólo
mediante un esfuerzo incansable podemos asegurarnos la victoria
contra las tentaciones de Satanás. Debemos procurar la integridad
cristiana con energía irresistible, y conservarla con propósito firme
y resuelto.
Nadie llegará a las alturas sin esfuerzo perseverante en su propio
beneficio. Todos deben empeñarse por sí mismos en esta guerra; na-
die puede pelear por nosotros. Somos individualmente responsables
del desenlace del combate; aunque Noé, Job y Daniel estuviesen en
la tierra, no podrían salvar por su justicia a un hijo ni a una hija.