Ayuda en la vida cotidiana
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comprender esto, se desalientan fácilmente en la vida cristiana. Mu-
chos que consagran sinceramente su vida al servicio de Dios, se
chasquean y sorprenden al verse como nunca antes frente a obstácu-
los, y asediados por pruebas y perplejidades. Piden en oración un
carácter semejante al de Cristo y aptitudes para la obra del Señor, y
luego se hallan en circunstancias que parecen exponer todo el mal
de su naturaleza. Se revelan entonces defectos cuya existencia no
sospechaban. Como el antiguo Israel, se preguntan: “Si Dios es el
que nos guía, ¿por qué nos sobrevienen todas estas cosas?”
Les acontecen porque Dios los conduce. Las pruebas y los obs-
táculos son los métodos de disciplina que el Señor escoge, y las
condiciones que señala para el éxito. El que lee en los corazones de
los hombres conoce sus caracteres mejor que ellos mismos. El ve
que algunos tienen facultades y aptitudes que, bien dirigidas, pueden
ser aprovechadas en el adelanto de la obra de Dios. Su providencia
los coloca en diferentes situaciones y variadas circunstancias para
que descubran en su carácter los defectos que permanecían ocultos a
su conocimiento. Les da oportunidad para enmendar estos defectos
y prepararse para servirle. Muchas veces permite que el fuego de la
aflicción los alcance para purificarlos.
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra
que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que quiere desa-
rrollar. Si no viera en nosotros nada con que glorificar su nombre,
no perdería tiempo en refinarnos. No echa piedras inútiles en su
hornillo. Lo que él refina es mineral precioso. El herrero coloca el
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hierro y el acero en el fuego para saber de qué clase son. El Señor
permite que sus escogidos pasen por el horno de la aflicción para
probar su carácter y saber si pueden ser amoldados para su obra.
El alfarero toma arcilla, y la modela según su voluntad. La amasa
y la trabaja. La despedaza y la vuelve a amasar. La humedece, y
luego la seca. La deja después descansar por algún tiempo sin tocarla.
Cuando ya está bien maleable, reanuda su trabajo para hacer de ella
una vasija. Le da forma, la compone y la alisa en el torno. La pone a
secar al sol y la cuece en el horno. Así llega a ser una vasija útil. Así
también el gran Artífice desea amoldarnos y formarnos. Y así como
la arcilla está en manos del alfarero, nosotros también estamos en
las manos divinas. No debemos intentar hacer la obra del alfarero.
Sólo nos corresponde someternos a que el divino Artífice nos forme.