Página 364 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

360
El Ministerio de Curacion
dormían no oyeron la voz de Jesús. Tenían una percepción confusa
de la presencia de los ángeles, pero no participaron de la fuerza
y la gloria de la escena. A causa de su somnolencia y estupor, no
recibieron las evidencias que hubieran fortalecido sus almas para los
terribles acontecimientos que se avecinaban. Así también hoy día
los hombres que más necesitan la instrucción divina no la reciben,
[408]
porque no se ponen en comunión con el Cielo.
Las tentaciones a que estamos expuestos cada día hacen de la
oración una necesidad. Todo camino está sembrado de peligros. Los
que procuran rescatar a otros del vicio y de la ruina están especial-
mente expuestos a la tentación. En continuo contacto con el mal,
necesitan apoyarse fuertemente en Dios, si no quieren corromperse.
Cortos y terminantes son los pasos que conducen a los hombres
desde las alturas de la santidad al abismo de la degradación. En un
solo momento pueden tomarse resoluciones que determinen para
siempre el destino personal. Al no obtener la victoria una vez, el al-
ma queda desamparada. Un hábito vicioso que dejemos de reprimir
se convertirá en cadenas de acero que sujetarán a todo el ser.
Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han teni-
do la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión
con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni aun todos
vuestros buenos propósitos e intenciones os capacitarán para resis-
tir al mal. Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras
peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino
ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arro-
dillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador
cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro tra-
bajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición
de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración
una oración.
Seremos guardados del mal
Como obreros de Dios, debemos llegar a los hombres doquiera
estén, rodeados de tinieblas, sumidos en el vicio y manchados por
la corrupción. Pero mientras afirmemos nuestro pensamiento en
Aquel que es nuestro sol y nuestro escudo, el mal que nos rodea
[409]
no manchará nuestras vestiduras. Mientras trabajemos para salvar