La curación del alma
Muchos de los que acudían a Cristo en busca de ayuda habían
atraído la enfermedad sobre sí, y sin embargo él no rehusaba sanarlos.
Y cuando estas almas recibían la virtud de Cristo, reconocían su
pecado, y muchos se curaban de su enfermedad espiritual al par que
de sus males físicos.
Entre tales personas se hallaba el paralítico de Capernaúm. Como
el leproso, este paralítico había perdido toda esperanza de restable-
cimiento. Su dolencia era resultado de una vida pecaminosa, y el
remordimiento amargaba su padecer. En vano había acudido a los
fariseos y a los médicos en busca de alivio; le habían declarado
incurable, y condenándole por pecador, habían afirmado que moriría
bajo la ira de Dios.
El paralítico había caído en la desesperación. Pero después oyó
hablar de las obras de Jesús. Otros, tan pecadores y desamparados
como él, habían sido curados, y él se sintió alentado a creer que
también podría ser curado si conseguía que le llevaran al Salvador.
Decayó su esperanza al recordar la causa de su enfermedad, y sin
embargo no podía renunciar a la posibilidad de sanar.
Obtener alivio de su carga de pecado era su gran deseo. Anhelaba
ver a Jesús, y recibir de él la seguridad del perdón y la paz con el
cielo. Después estaría contento de vivir o morir, según la voluntad
de Dios.
No había tiempo que perder, pues ya su carne demacrada pre-
sentaba síntomas de muerte. Conjuró a sus amigos a que lo llevasen
en su cama a Jesús, cosa que ellos se dispusieron a hacer de buen
grado. Pero era tanta la muchedumbre que se había juntado dentro y
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fuera de la casa en la cual se hallaba el Salvador, que era imposible
para el enfermo y sus amigos llegar hasta él, o ponerse siquiera al
alcance de su voz. Jesús estaba enseñando en la casa de Pedro. Se-
gún su costumbre, los discípulos estaban junto a él, y “los Fariseos
y doctores de la ley estaban sentados, los cuales habían venido de
todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalem.”
Lucas 5:17
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