Página 50 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Muchos habían venido como espías, buscando motivos para
acusar a Jesús. Más allá se apiñaba la promiscua multitud de los
interesados, los curiosos, los respetuosos y los incrédulos. Estaban
representadas varias nacionalidades y todas las clases de la sociedad.
“Y la virtud del Señor estaba allí para sanarlos.”
Vers. 17
. El Espíritu
de vida se cernía sobre la asamblea, pero ni los fariseos ni los
doctores discernían su presencia. No sentían necesidad alguna, y la
curación no era para ellos. “A los hambrientos hinchió de bienes; y
a los ricos envió vacíos.”
Lucas 1:53
.
Una y otra vez los que llevaban al paralítico procuraron abrirse
paso por entre la muchedumbre, pero en vano. El enfermo miraba
en torno suyo con angustia indecible. ¿Cómo podía abandonar to-
da esperanza, cuando el tan anhelado auxilio estaba ya tan cerca?
Por indicación suya, sus amigos lo subieron al tejado de la casa, y
haciendo un boquete en él, le bajaron hasta los pies de Jesús.
El discurso quedó interrumpido. El Salvador miró el rostro en-
tristecido del enfermo, y vió sus ojos implorantes fijos en él. Bien
conocía el deseo de aquella alma agobiada. Era Cristo el que había
llevado la convicción a la conciencia del enfermo, cuando estaba aún
en casa. Cuando se arrepintió de sus pecados y creyó en el poder de
Jesús para sanarle, la misericordia del Salvador bendijo su corazón.
Jesús había visto el primer rayo de fe convertirse en la convicción
de que él era el único auxiliador del pecador, y había visto crecer
esa convicción con cada esfuerzo del paralítico por llegar a su pre-
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sencia. Cristo era quien había atraído a sí mismo al que sufría. Y
ahora, con palabras que eran como música para los oídos a los cuales
eran destinadas, el Salvador dijo: “Confía, hijo; tus pecados te son
perdonados.”
Mateo 9:2
.
La carga de culpa se desprende del alma del enfermo. Ya no
puede dudar. Las palabras del Cristo manifiestan su poder para
leer en el corazón. ¿Quién puede negar su poder de perdonar los
pecados? La esperanza sucede a la desesperación, y el gozo a la
tristeza deprimente. Ya desapareció el dolor físico, y todo el ser
del enfermo está transformado. Sin pedir más, reposa silencioso y
tranquilo, demasiado feliz para hablar.
Muchos observaban suspensos tan extraño suceso y se daban
cuenta de que las palabras de Cristo eran una invitación que les