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El Ministerio de Curacion
las colinas y los valles en que se posaron tantas veces sus miradas.
Pero no necesitamos ir a Nazaret, ni a Capernaúm ni a Betania, para
andar en las pisadas de Jesús. Veremos sus huellas junto al lecho
del enfermo, en las chozas de los pobres, en las calles atestadas
de las grandes ciudades, y doquiera haya corazones necesitados de
consuelo.
Hemos de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar
a los que sufren y a los afligidos. Hemos de auxiliar a los de ánimo
decaído, y dar esperanza a los desesperados.
El amor de Cristo, manifestado en un ministerio de abnegación,
será más eficaz para reformar al malhechor que la espada o los
tribunales. Estos son necesarios para infundir terror al criminal; pero
el misionero amante puede hacer mucho más. A menudo el corazón
que se endurece bajo la reprensión es ablandado por el amor de
Cristo.
No sólo puede el misionero aliviar las enfermedades físicas,
sino conducir al pecador al gran Médico que puede limpiar el alma
de la lepra del pecado. Por medio de sus siervos, Dios se propone
que oigan su voz los enfermos, los desdichados y los poseídos de
espíritus malignos. Por medio de sus agentes humanos quiere ser un
consolador como nunca lo conoció el mundo.
El Salvador dió su preciosa vida para establecer una iglesia
capaz de atender a los que sufren, a los tristes y a los tentados. Una
agrupación de creyentes puede ser pobre, inculta y desconocida; sin
embargo, en Cristo puede realizar, en el hogar, en la comunidad y
aun en tierras lejanas, una obra cuyos resultados alcanzarán hasta la
eternidad.
A los que actualmente siguen a Cristo, tanto como a los primeros
discípulos, van dirigidas estas palabras:
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id,
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y doctrinad a todos los Gentiles.” “Id por todo el mundo; predicad el
evangelio a toda criatura.”
Mateo 28:18, 19
;
Marcos 16:15
.
Y para nosotros también es la promesa de su presencia: “Y he
aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
Mateo 28:20
.
Hoy no acuden muchedumbres al desierto, curiosas de oír y de
ver al Cristo. No se oye su voz en las calles bulliciosas. Tampoco se
oye gritar en los caminos que pasa “Jesús Nazareno.”
Lucas 18:37
.