Salvados para servir
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la gran familia humana, y el Cielo los considera tan hermanos de los
pecadores como de los santos.
Millones y millones de seres humanos, sumidos en el dolor, la
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ignorancia y el pecado, no han oído hablar siquiera del amor de
Cristo. Si nuestra situación fuera la suya, ¿qué quisiéramos que ellos
hicieran por nosotros? Todo esto, en cuanto dependa de nosotros,
hemos de hacerlo por ellos. La regla de la vida cristiana conforme
a la cual seremos juzgados un día es ésta: “Todas las cosas que
quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced
vosotros con ellos.”
Mateo 7:12
.
Todo lo que nos ha dado ventaja sobre los demás, ya sea edu-
cación y refinamiento, nobleza de carácter, educación cristiana o
experiencia religiosa, todo esto nos hace deudores para con los me-
nos favorecidos; y en cuanto esté de nosotros, hemos de servirlos.
Si somos fuertes, hemos de sostener a los débiles.
Los ángeles gloriosos que contemplan siempre la faz del Padre
en los cielos se complacen en servir a los pequeñuelos. Los ángeles
están siempre donde más se les necesita, junto a los que libran las
más rudas batallas consigo mismos, y cuyas circunstancias son de
lo más desalentadoras. Atienden con cuidado especial a las almas
débiles y temblorosas cuyos caracteres presentan muchos rasgos po-
co favorables. Lo que a los corazones egoístas les parecería servicio
humillante, como el de atender a los míseros y de carácter inferior,
es precisamente la obra que cumplen los seres puros y sin pecado de
los atrios celestiales.
Jesús no consideró el cielo como lugar deseable mientras estuvié-
ramos nosotros perdidos. Dejó los atrios celestiales para llevar una
vida de vituperios e insultos, y para sufrir una muerte ignominiosa.
El que era rico en tesoros celestiales inapreciables, se hizo pobre,
para que por su pobreza fuéramos nosotros ricos. Debemos seguir
sus huellas.
El que se convierte en hijo de Dios ha de considerarse como es-
labón de la cadena tendida para salvar al mundo. Debe considerarse
uno con Cristo en su plan de misericordia, y salir con él a buscar y
salvar a los perdidos.
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Muchos estimarían como gran privilegio el visitar las regiones
en que se desarrolló la vida terrenal de Cristo, andar por donde él
anduvo, contemplar el lago junto a cuya orilla le gustaba enseñar, y