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El Ministerio de Curacion
leza, pero sus leyes no son exacciones arbitrarias. Toda prohibición
incluída en una ley, sea física o moral, implica una promesa. Si
la obedecemos, la bendición nos acompañará. Dios no nos obliga
nunca a hacer el bien, pero procura guardarnos del mal y guiarnos al
bien.
Recuérdense las leyes enseñadas a Israel. Dios dió a su pueblo
instrucciones claras respecto a sus hábitos de vida. Les dió a conocer
las leyes relativas a su bienestar físico y espiritual; y con tal que ellos
obedecieran se les prometía: “Quitará Jehová de ti toda enfermedad.”
Deuteronomio 7:15
.
“Poned vuestro corazón a todas las palabras que yo os protesto
hoy.” “Porque son vida a los que las hallan, y medicina a toda su
carne.”
Deuteronomio 32:46
;
Proverbios 4:22
.
Dios quiere que alcancemos al ideal de perfección hecho posible
para nosotros por el don de Cristo. Nos invita a que escojamos el
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lado de la justicia, a ponernos en relación con los agentes celestiales,
a adoptar principios que restaurarán en nosotros la imagen divina.
En su Palabra escrita y en el gran libro de la naturaleza ha revelado
los principios de la vida. Es tarea nuestra conocer estos principios y
por medio de la obediencia cooperar con Dios en restaurar la salud
del cuerpo tanto como la del alma.
Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su
plenitud las bendiciones de la obediencia, sino cuando reciben la
gracia de Cristo. Esta es la que capacita al hombre para obedecer las
leyes de Dios y para libertarse de la esclavitud de los malos hábitos.
Es el único poder que puede hacerle firme en el buen camino y
permanecer en él.
Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder,
es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale
el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas.”
Malaquías 4:2
(VM)
. Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar al corazón
quebrantado, ni dar la paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni
desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son impotentes
para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada.
La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.
El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder
vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el
corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de