La cooperación de lo divino con lo humano
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nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa
y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida.
Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo
que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu
Santo, un gozo que da salud y vida.
Las palabras de nuestro Salvador: “Venid a mí, ... que yo os haré
descansar” (
Mateo 11:28
), son una receta para curar las enferme-
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dades físicas, mentales y espirituales. A pesar de que por su mal
proceder los hombres han atraído el dolor sobre sí mismos, Cristo
se compadece de ellos. En él pueden encontrar ayuda. Hará cosas
grandes en beneficio de quienes en él confíen.
Aunque el pecado ha venido reforzando durante siglos su asidero
sobre la familia humana, no obstante que por medio de la mentira y
el artificio Satanás ha echado la negra sombra de su interpretación
sobre la Palabra de Dios, y ha inducido a los hombres a dudar de la
bondad divina, a pesar de todo esto, el amor y la misericordia del
Padre no han dejado de manar hacia la tierra en caudalosos ríos. Si
los seres humanos abriesen hacia el cielo las ventanas del alma, para
apreciar los dones divinos, un raudal de virtud curativa la inundaría.
El médico que desee ser colaborador acepto con Cristo se esfor-
zará por hacerse eficiente en todo ramo de su vocación. Estudiará
con diligencia a fin de capacitarse para las responsabilidades de su
profesión y, acopiando nuevos conocimientos, mayor sagacidad y
maestría, procurará alcanzar un ideal superior. Todo médico debe
darse cuenta de que si su obra es ineficaz, no sólo perjudica a los
enfermos, sino también a sus colegas en la profesión. El médico
que se da por satisfecho con un grado mediano de habilidad y co-
nocimientos, no sólo empequeñece la profesión médica, sino que
deshonra a Cristo, el soberano Médico.
Los que se sienten ineptos para la obra médica deben escoger
otra ocupación. Los que se sienten con disposiciones para cuidar
enfermos, pero cuya educación y cuyas aptitudes médicas son limi-
tadas, deberían resignarse a desempeñar los ramos más humildes de
dicha obra y actuar como fieles enfermeros. Sirviendo con paciencia
bajo la dirección de médicos hábiles podrán seguir aprendiendo, y si
aprovechan toda oportunidad de adquirir conocimientos, podrán tal
vez llegar con el tiempo a estar preparados para ejercer la medicina.
Vosotros, jóvenes médicos, “como ayudadores juntamente con él [el
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