Enseñar y curar
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Pablo dejó a Lucas en Filipos de Macedonia, donde, por varios años,
prosiguió su trabajo como médico y maestro que enseñaba el Evan-
gelio. Como médico, atendía a los enfermos y oraba a Dios para que
su poder curativo obrara en los afligidos. De esta manera quedaba
expedito el camino para el mensaje del Evangelio. El éxito de Lucas
como médico le daba muchas oportunidades para predicar a Cristo
entre los paganos. Es el plan divino que trabajemos como trabajaron
los discípulos. La curación física va enlazada con la misión de predi-
car el Evangelio. En la obra del Evangelio, jamás deben ir separadas
la enseñanza y la curación.
La tarea de los discípulos consistía en difundir el conocimiento
del Evangelio. Se les había encomendado la tarea de proclamar al
mundo entero las buenas nuevas que Cristo trajo a los hombres. Esta
obra la llevaron a cabo en beneficio de la gente de su tiempo. A
toda nación debajo del cielo fué anunciado el Evangelio en una sola
generación.
La proclamación del Evangelio a todo el mundo es la obra que
Dios ha encomendado a los que llevan su nombre. El Evangelio es
el único antídoto para el pecado y la miseria de la tierra. El dar a
conocer a toda la humanidad el mensaje de la gracia de Dios es la
primera tarea de los que conocen su poder curativo.
Cuando Cristo envió a los discípulos con el mensaje evangélico,
la fe en Dios y en su Palabra casi había desaparecido del mundo. El
pueblo judío, que profesaba conocer a Jehová, había desechado la
Palabra de Dios para substituirla con la tradición y las especulacio-
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nes humanas. La ambición egoísta, el amor de la ostentación y el
lucro absorbían los pensamientos de los hombres. Al desaparecer
la reverencia para con Dios, desapareció también la compasión ha-
cia los hombres. El egoísmo era el principio dominante, y Satanás
realizaba su voluntad en la miseria y degradación de la humanidad.
Los agentes de Satanás se posesionaban de los hombres. Los
cuerpos humanos, hechos para ser morada de Dios, venían a ser
habitación de demonios. Los órganos, los sentidos, los nervios de
los hombres, eran empleados por agentes sobrenaturales para sa-
tisfacer la más vil concupiscencia. En los semblantes humanos se
veía estampada la marca de los demonios. Esos rostros reflejaban la
expresión de las legiones del mal que poseían a los hombres.