Soberanía suprema, 30 de marzo
Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos.
Gálatas 5:24
.
Se nos ordena que crucifiquemos la carne, con los afectos y las concu-
piscencias. ¿Cómo lo haremos? ¿Infligiremos dolor al cuerpo? No, pero
daremos muerte a la tentación a pecar. Debe expulsarse el pensamiento co-
rrompido. Todo intento debe someterse al cautiverio de Jesucristo... El amor
de Dios debe reinar supremo; Cristo debe ocupar un trono indiviso. Nuestros
cuerpos deben ser considerados como su posesión adquirida. Los miembros
del cuerpo han de llegar a ser los instrumentos de la justicia.—
Los Hechos
de los Apóstoles, 112
.
Hay dos reinos en este mundo, el reino de Cristo y el reino de Satanás.
Cada uno de nosotros pertenece a uno u otro de esos reinos. En su mara-
villosa oración en favor de sus discípulos, Cristo dijo: “No ruego que los
quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo”.
Juan
17:15-18
.
No es la voluntad de Dios que nos aislemos del mundo. Pero mien-
tras estamos en el mundo debemos santificarnos para Dios. No debemos
amoldarnos al mundo. Debemos estar en el mundo como una influencia
correctora, como la sal que conserva su sabor. En medio de una genera-
ción impía, impura e idólatra, debemos ser puros y santos, poniendo de
manifiesto que la gracia de Cristo es poderosa para restaurar en el hombre
la semejanza divina. Debemos ejercer una influencia salvadora sobre el
mundo...
El mundo se ha convertido en un lazareto de pecado, en una masa de
corrupción... No debemos practicar sus métodos ni seguir sus costumbres.
Debemos resistir continuamente sus principios relajados...
Se le otorga al hombre la bendición de la gracia para que el universo
celestial y los mundos no caídos puedan ver como no podrían hacerlo
de otro modo la perfección del carácter de Cristo.—
Counsels on Health,
591-593
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