Para consolidar el hogar, 17 de abril
Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará.
Proverbios 24:3
.
El que creó a Eva para que fuese compañera de Adán realizó su primer
milagro en una boda... Con su presencia sancionó el matrimonio, recono-
ciéndolo como institución que él mismo había fundado. Había dispuesto
que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para
formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos
como miembros de la familia celestial.—
El Ministerio de Curación, 275
.
Como todos los otros buenos dones confiados por Dios a la custodia de
la humanidad, el casamiento fue pervertido por el pecado; pero es propósito
del Evangelio devolverle su pureza y belleza...
La gracia de Cristo es lo único que puede hacer de esta institución lo
que Dios quiso que fuera: un medio de bendecir y elevar a la humanidad.
Así pueden las familias de la tierra, en su unidad, paz y amor, representar la
familia del cielo. La condición de la sociedad ofrece un triste comentario
acerca del ideal que tiene el Cielo para esta relación sagrada. Sin embargo,
aun a aquellos que encontraron amargura y chasco donde habían esperado
obtener compañerismo y gozo, el Evangelio de Cristo ofrece solaz.—
Los
Hechos de los Apóstoles, 85
.
La paciencia y la gentileza que su Espíritu puede impartir, endulzarán
la amarga suerte. El corazón en el cual mora Cristo, estará tan lleno, tan
satisfecho de su amor, que no se consumirá anhelando atraer simpatía y
atención a sí mismo. Y por medio de la entrega del alma a Dios, su sabiduría
puede llevar a cabo lo que la sabiduría humana no puede hacer. Por medio
de la revelación de su gracia, los corazones que una vez fueron indiferentes
o estaban apartados, se pueden unir...
Los hombres y las mujeres pueden alcanzar el ideal de Dios para ellos
si quieren hacer de Cristo su Ayudador. Lo que la sabiduría humana no
puede hacer, lo hará su gracia por aquellos que se entregan a sí mismos a él
con confiado amor. Su providencia puede unir corazones con vínculos de
origen celestial.—
The Review and Herald, 10 de diciembre de 1908
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